martes, 19 de agosto de 2008

ROLLING STONES, LOS AÑOS DeccaDENTES


Hace un par de años -o un poquito más- la compañía ABKCO, actual propietaria de los primeros másters de los Rolling Stones, decidió hacer un exhaustivo proceso de remasterización de todo el material primerizo de la banda, que abarca desde 1963 a 1969, el período en que Jagger & Co. estuvieron bajo contrato con el sello Decca. En oportunidad de la edición argentina de todo ese extenso catálogo, escribí la nota que sigue y que traza una semblanza de los años formativos de los Rolling Stones, en aquella ya lejana pero siempre vigente década del '60. Espero que los disfruten y que -sobre todo a lo lectores más jóvenes, que descubrieron a la banda en el siglo XXI- les aporte algún dato de interés sobre estas grabaciones atemporales que establecieron el nombre de la banda en el firmamento del rock.

Imagen de la derecha: Tapa estadounidense del primer álbum de los Rolling Stones

THE ROLLING STONES : LOS AÑOS DeccaDENTES

Todo empezó cuando Dick Rowe, ejecutivo de la grabadora inglesa Decca, el mismo que pasó a la historia como “el hombre que rechazó a los Beatles”, escuchó el demo de cinco jóvenes amantes del blues blanco en su oficina de Londres. Decidido a no cometer el mismo error dos veces, los contrató al instante. Fue el comienzo de una relación que se extendió durante seis años, en los que los Rolling Stones grabaron varios hitos en la historia del rock. Esa discografía acaba de reaparecer en nuestro país, en cuidadas ediciones remasterizadas, conservando el arte original de tapa. Esta es la historia de los Stones en la era Decca.

Hubo un tiempo que fue hermoso y los Rolling Stones fueron libres de verdad. No guardaban sus sueños de rhythm and blues, más bien los ponían en práctica en todos los clubes londinenses, que se rendían invariablemente a su paso.

El gran crisol fue Alexis Korner, un amante del blues adelantado a su tiempo y transhumante por naturaleza. Por sus venas corría sangre griega, gitana, francesa y sus primeros quince años habían conocido el desarraigo y la vida errante. En otras palabras, tenía credenciales como para el blues y decidió practicarlo en Inglaterra, donde su familia finalmente recaló. Esta era una Inglaterra todavía malherida por el sueño insano de un Reich que pensaba quedarse mil años y que duró mucho menos, pero igual causó mucho daño. A fines de los 50 las principales ciudades inglesas todavía conservaban las cicatrices. Por si hiciera falta refrescar la memoria colectiva acerca de penurias como el racionamiento de comida o los frecuentes cortes de energía, todavía se veían varias manzanas urbanas con terrenos baldíos llenos de escombros, allí donde una casa victoriana tuvo una cita a ciegas con una bomba de la Lüftwaffe.

Entre tanto gris de posguerra, el blues fue un bálsamo. Esa música sensual, vibrante y melancólica a la vez; esa música que llegaba de lugares lejanos, el Delta del Mississippi, de Chicago, de Memphis, encontró oídos bien dispuestos y corazones abiertos en toda una generación de adolescentes británicos para quienes la pubertad todavía era una playa cercana. Amaron instintivamente la brutal honestidad de esos sonidos que emanaban de hombres con nombres mágicos, más propios de hechiceros o sabios jefes indios que de cantantes: Muddy Waters, Howlin’ Wolf, Robert Johnson, Bukka White.

Estos chicos, Michael Phillip Jagger, Keith Richard (en esa época todavía no le había agregado la “s”), Brian Jones, necesitaban momentáneamente un santuario, un trampolín desde donde pegar el salto, y la Blues Incorporated, de Alexis Korner y su socio Cyril Davies, se lo proporcionó. A ellos y a otros destinados a la grandeza del blues blanco inglés, al infinito y más allá: Charlie Watts, Jack Bruce, John McLaughlin, Eric Burdon, Ginger Baker, Graham Bond y las firmas seguían.

Con la base firme de Charlie Watts y Bill Wyman, y el aporte de un sexto Stone que quedó del otro lado de la raya de cal por cuestiones de imagen (Ian Stewart, un experto en el lenguaje del boogie-woogie de New Orleans) Jagger, Richards y Jones pronto dejaron la nave nodriza de la Blues Incorporated, enarbolaron la bandera Stone y salieron a conquistar Londres vía Richmond, desde el club Crawdaddy. Era 1962 y nacía uno de los grandes mitos contemporáneos.

Decca era un sello discográfico tradicional inglés que hasta hacia poco tiempo parecía perfectamente feliz con grabar la música de las bandas de jazz que habían hecho furor en los salones de baile de los 50, los reposados sonidos de Mantovani y su orquesta y algún que otro cantante pop de frugal peso específico. El cambio de década y de vientos musicales, sin embargo, los había encontrado dormidos. A tal punto que Dick Rowe, uno de sus cazatalentos, pasaría a la historia como El Hombre Que Le Dijo No a los Beatles, cuando rechazó la prueba que John, Paul, George y Ringo rindieron en los estudios de la compañía el primer día de 1962. Rowe y Decca no estaban dispuestos a dejar que eso volviera a ocurrir y corrieron a contratar a los Rolling Stones ni bien comenzaron los rumores de que el quinteto del barrio de Richmond era el que se calzaba el sayo del blues blanco con más credibilidad y destreza. En esos días no les faltaba competencia: en todo el Reino Unido los aspirantes a esa corona brotaban como hongos: los Animals en Newcastle, el Spencer Davis Group en Birmingham y los Yardbirds con un muy joven Eric Clapton en la propia Londres. Pero los Stones no sólo eran superiores en destreza musical y visión. Tenían el arma secreta de Andrew Loog Oldham, un mánager que era de su misma edad, quien pronto encontró la manera de explorar y explotar la química interna de la banda y darles esa imagen que la Inglaterra de los 60 consumió golosa, aunque no fuera estrictamente verídica, la de ser una antítesis guarra y antisocial de los venerados Beatles.

Los Stones se mantenían en un equilibrio inestable. En esa época Brian Jones, el rubio Adonis, era lo más aproximado a un líder. Hábil en la guitarra, diestro con la armónica, Jones poseía la habilidad de comprender muy pronto los secretos de cualquier instrumento que se pusiera en su camino. Era, además, en ese momento, un purista a ultranza del blues. Keith Richards dominaba el léxico guitarrero de Chuck Berry pero mantenía aún un bajo perfil, quizás demasiado conciente de sus rasgos poco favorecidos: la cara triangular y arratonada y las orejas prominentes. Mick Jagger, por su parte, era todavía un objeto de mofa de la reaccionaria prensa musical inglesa, con esa boca equinoide que pronto le ganó el sobrenombre de “Labios de Neumático”. No importaba: Jagger sabía que reiría último y mejor. Las imágenes de época ya lo muestran estudiando el escenario, ensayando las cabriolas que no tardarían en desatar alaridos de pasión en ambos sexos y de alarma en figuras de autoridad. Su garganta aún no alcanzaba la madurez, pero la materia prima era buena y para cuando los Stones entraron al estudio de grabación para plasmar su primer álbum, la voz de Mick ya manejaba una singular riqueza expresiva.

Aparecido en 1964, The Rolling Stones es un huracán de adrenalina y sexo. Un brulote que destruyó los últimos vestigios de recato victoriano, en un país que estaba cambiando a pasos agigantados. La síntesis de la típica imagen inglesa -el ejecutivo maduro de traje, paraguas y sombrero bombín- pronto dejaría paso a la Carnaby Street multicolor, nuevo centro de la moda joven, los autos de James Bond y... el rock, por supuesto, con los Beatles y los Stones como extremos opuestos de un mismo fenómeno. Ese primer álbum Rolling no salió, explotó. Con el erotismo a flor de piel del “King bee” de Slim Harpo, que prometía un encuentro con el Rey Abeja, ese que “puede hacer dulce miel, nena, dejame entrar...” Con el ritmo de skiffle acelerado de “Not fade away”, ritmo que los Stones tomaron de Buddy Holly que lo tomó a su vez de Bo Diddley. Charlie navegando sobre los tom tones, la armónica aserrando el aire viciado de tabaco del estudio y las guitarras de Richards y Jones haciéndose guiños cada vez que se encontraban a mitad de camino de clásicos como “Route 66”, “Walking the dog” y el libidinoso himno que Willie Dixon supo poner en boca de Muddy Waters a modo de manifiesto de intenciones: “I just wanna make love to you”.

The Rolling Stones fue amo y señor del ranking inglés por 11 semanas. La “Stonemanía” corrió por Gran Bretaña, cruzó el Canal de la Mancha hacia Europa y pronto iba a reverberar en Estados Unidos. El grupo, entonces, aprovechó su primera visita a Norteamérica para grabar nuevos temas en la meca del blues eléctrico: los estudios Chess de Chicago y también en los dominios de la RCA en Hollywood, California. Este material sería la columna vertebral de sus siguientes álbumes, 12 x 5, Rolling Stones Now!,Out of Our Heads y December’s Children.

Lo fascinante de esta etapa de los Stones es ver cómo Jagger, Richards, Jones, Wyman y Watts van refinando su poder y ajustando su sonido. Todavía abundan las versiones de temas ajenos, de sus viejos ídolos de rock y blues estadounidenses. Chuck Berry es mayoría, con “Around and around”, “You can’t catch me”, “Down the road apiece” y “Talkin’ About You” y el “Little Red Rooster” de Willie Dixon les iba a dar su primer número uno, al salir en forma de single, pero también los Rolling Stones (al igual que los Beatles) ya habían comenzado a matizar sus covers con material de soul. Sólo que, mientras sus rivales liverpoolienses se inclinaban por el soul del sello Motown, Mick & Companía sentían más cercana a la música de los sellos Atlantic y Stax, Para muestra valgan clásicos como “Everybody needs somebody to love” y “Cry to me”, popularizados por Solomon Burke; “Pain in my heart”, que interpretó Otis Redding y “Under the boardwalk”, que fue hit para los Drifters y que en Argentina grabarían con veinte años de diferencia entre sí Los Gatos Salvajes y Los Perros, con el título de “Bajo la rambla.”

Pero el mánager Oldham no en vano venía de trabajar junto a Brian Epstein, el descubridor de los Beatles, y a su lado había comprendido que el futuro estaba en desarrollar material propio. Por eso le insistió hasta el cansancio a Jagger y Richards para que se encerraran a escribir canciones, lo que produjo un dramático giro en el eje de poder dentro del grupo en perjuicio de Brian Jones. Mientras el binomio compositor de Mick y Keith daba sus primeros pasos a tientas, con baladas simples o tibios remedos de rhythm and blues como “Heart of stone”, “What a shame” y “Grown up wrong” el cambio no se notó demasiado, pero en 1965 los futuros Glimmer Twins le encontraron la vuelta al arte de la composición con esa maravillosa reflexión nihilista sobre el aburrimiento, la insatisfacción y los castillos de arena de la sociedad de consumo, “(I can’t get no) Satisfaction”, que les dio su primer gran suceso internacional. A partir de allí Brian –fundador y primer líder de los Stones- quedó en minoría en lo que atañe a decisiones artísticas. Esto en un primer momento jugó en beneficio del grupo, porque Brian, que no dominaba el arte de componer era, en cambio, un intuitivo multiinstrumentista y en los años que van del 65 al 67 el rubio guitarrista enriqueció la música del grupo con la incorporación de clavicordio, dulcimer, vibráfono y sitar, entre otros instrumentos.

Los singles exitosos siguieron llegando. “Get off of my cloud” y “19th nervous breakdown” prolongaron la temática de frustración, libido pugnando por expresarse e impaciencia ante la idiotez ajena que llevó al tope a “Satisfaction”. A lo largo y ancho de occidente los jóvenes de los 60 eran una nueva tribu luchando por reivindicaciones sociales, sexuales y políticas, sexuales y los Rolling Stones se convirtieron en la bandera de su rebeldía. Aftermath (1966) es el primer disco armado en un 100 % con temas originales de Jagger y Richards. En Argentina se llamó “Consecuencias” y ciertamente, Aftermath es un disco de cicatrices. Los primeros subproductos de la fama. Detrás del dinero y la adulación, son el cinismo y la misoginia. Detrás de su fusión pionera de rock y sonidos de la India “Paint it Black” oculta un personaje peleado con el mundo, que ve todo de negro; la destinataria de “Stupid girl” (Una chica tarada) recibe una filípica descalificadora de dos minutos y medio y a la niña de “Under my thumb” no le va mucho mejor (“Bajo mi pulgar / está la chica que alguna vez me tuvo a su merced / bajo mi pulgar / está la chica que alguna vez me trató con prepotencia...”). No todo es arrogancia. “Flight 505”, por ejemplo, se refiere a la impotencia frente a los caprichos del destino, en este caso referidos a un vuelo que termina en desastre. Aftermath es también el comienzo de una etapa experimental para los Stones, que se vuelcan aquí a los ritmos folk, incluyen instrumentos poco ortodoxos, como el sitar (cortesía Brian Jones) y se atreven a concluir el disco con tema improvisado en el estudio en “I’m going home” que dura más de diez minutos.

El año 1967 está asociado con la revolución psicodélica y la cultura hippie de oposición al sistema y a la sociedad centrada en el consumo masivo. Es la época del Verano del Amor de San Francisco, de las luchas en contra de la guerra en Vietnam y también el momento en que los Beatles abren un nuevo capítulo para el rock con el álbum “Sgt. Pepper’s” . En medio de tanta euforia, los Stones pasan un año de perros. El viejo Establishment inglés parece ansioso por quebrarlos física y moralmente a través de una persecución sistemática que usa por excusa la supuesta posesión de drogas. Richards, Jagger y especialmente Brian Jones entran y salen varias veces de la cárcel. Aún así, les queda tiempo para grabar otro simple provocador como “Let’s spend the night together”. Hoy parece un juego de niños una canción que dice : “Pasemos la noche juntos / satisfaceré cada uno de tus deseos / y sé que tú satisfacerás los míos”, pero 33 años atrás el tema le pegó duro a una sociedad que todavía no había asimilado las consecuencias de la nueva actitud sexual de sus jóvenes miembros.

A pesar de las tribulaciones que les producen los roces con la ley, los Rolling Stones tuvieron tiempo de editar dos álbumes en 1967. Between the Buttons es un collage coloreado de rhythm and blues, pop psicodélico, baladas de corte Dylaniano y hasta aires de vaudeville, El costado machista del grupo no tenía ambages en predicar una poligamia militante en “Yesterday’s papers”, igualando a la utilidad de la chica de ayer con la de los diarios de la víspera, e incluso hay una semblanza de gigoló en el tema “My obsession” (“Mi obsesión son tus posesiones / cada joya que pueda obtener...”) pero en otras canciones, la aproximación a las relaciones entre los sexos es mucho más ecuánime, como demuestran el Jagger vulnerable y tierno de “She smiled sweetly” y el celoso amante que encarna en “Who’s been sleeping here”. Between the Buttons es algo así como la perla perdida de la psicodelia pop inglesa, a tono con el “Something Else” de los Kinks o el “Odget Nut Gone Flake”, de los Small Faces.

Cuando los Stones quisieron ser expresamente psicodélicos –con el álbum Their Satanic Majesties Request- el mundo musical les cayó encima, comparándolos
-desfavorablemente- con el “Sgt. Pepper’s” de sus eternos rivales los Beatles. Sin embargo, el álbum ha resistido bien el paso del tiempo y, si bien la suma de sus partes puede ser superior al todo, se trata de unas partes irresistibles: “She’s a rainbow” es la pintura de una chica idealizada, plena de bullicioso barroquismo; “2000 man” imagina al hombre del futuro, rodeado de tecnología pero espiritualmente vacío, pleno de planteos existencialistas, en tanto que “Citadel” comenta con melancólica ironía las recientes experiencias carcelarias del grupo. Majesties es también el último álbum donde Brian Jones participa de manera activa. Con su psiquis deteriorada por el cúmulo de excesos de los últimos años y su rol en la banda cada vez más eclipsado por Jagger y Richards (una situación de círculo vicioso, sin duda) Brian iría aportando cada vez menos a las grabaciones del grupo. Pronto se echarían de menos las sutilezas de su guitarra slide o su intuición especial para aportar colores en base a instrumentos inusuales en la música del grupo, como el sitar, el clavicordio o el vibráfono. Es difícil imaginar hacia adónde se hubiera dirigido la música de los Stones si Brian Jones hubiese conservado su lucidez pero lo cierto es que hacia mediados de 1969 el antiguo líder de la banda se había vuelto inmanejable: a nadie sorprendió su reemplazo por el joven guitarrista Mick Taylor, proveniente de los Bluesbreakers de John Mayall. La misteriosa muerte de Brian, pocos días después, cerró todo un capítulo en la vida del grupo.

A esa altura los Rolling Stones habían recuperado el curso del rhythm and blues que les dio su temprana fama –pero en sus propios términos- con el álbum Beggar’s Banquet. Entre poemas de amor en lenguaje de blues como “No expectations” y tragicómicos dramas country como “Dear doctor”, se hallaban viñetas de romance y sensibilidad social (“The salt of the earth”, “Factory girl”) expresiones de libido desatada (“Stray cat blues”) y el tema que se convertiría en insignia para el grupo, “Sympathy for the devil”, donde el angel caído se reconoce instigador de un minucioso compendio de atrocidades humanas ocurridas a través de los siglos dando a entender, sin embargo, que los humanos siempre le hemos hecho un espacio en nuestros corazones. “Street fighting man”, por otra parte, era Mick Jagger como reportero urbano, envidioso del ímpetu belicoso e idealista de los estudiantes parisinos del ’68.

Amparado en la inteligente producción de Jimmy Miller, Beggars’ Banquet recupera, además, el filo ominoso y amenazante de los mejores Stones. El despliegue de Richards en la guitarra es particularmente conmovedor. Sus notas tienen una nueva expresividad y su reconocido manejo del léxico de blues adquiere una soltura inédita.

La llegada de los 70 tendría un significado más profundo que la mera formalidad calendaria. Los Rolling Stones inician la década con Let It Bleed, que ya desde el título mismo (“Déjalo sangrar”) parecía aludir a la espiral de violencia que rodeó esos años, marcados a fuego por la masacre del clan Manson, los asesinatos del líder negro Martín Luther King y del senador Robert Kennedy. En Bolivia masacraban al Che Guevara, símbolo encarnado de las utopías revolucionarias que acunó toda una generación, y las malas ondas del festival de Altamont, punto final de la gira de los Stones por USA, en diciembre de 1969 señalaron el lado B del sueño de música, paz y amor que pareció representar Woodstock. “Gimme shelter” -uno de los clásicos atemporales contenidos en Let It Bleed – refleja con creces el clima de incierta amenaza que se palpaba en el aire: “Hoy una tormenta amenaza a mi vida misma / Si no consigo refugio / voy a desaparecer / la guerra, chicos, está a un solo tiro de distancia...” Altamont había sido un balde agua helada, un anticlimax para una gira mágica y misteriosa que, por fortuna, quedó registrada para la posteridad en el álbum en vivo Get Yer Ya Ya’s Out. El disco fue la despedida a Decca, una relación erosionada por el paso del tiempo y los continuos conflictos. Ya la banda pensaba en su propio sello grabador y en el logo de la lengua que se convertiría en marca de fábrica. Ah, pero qué despedida fue Get Yer Ya Ya’s Out... Unos Stones sin azúcar agregada, sólo la imponente presencia de sus cinco integrantes, pasan revista a grandes momentos de su repertorio por entonces contemporáneo (“Sympathy for the devil”, “Jumpin’ Jack Flash”, “Street fightin’ man”, “Stray cat blues”); honran a sus maestros, haciendo “Carol” y “Little Queenie”, de Chuck Berry, y “Love in vain”, del bluesman del Delta, Robert Johnson y, en definitiva, demuestran por qué a partir de allí pasaron a llamarlos “la más grande banda de rock and roll del mundo”.

11 comentarios:

Caio dijo...

Alfredo se extrañaban estas bombitas culturales, gracias.

el winco verbal dijo...

Oldham siempre quiso ser un stone e hizo una tarea brillante.
Me gustan mucho, son asi como el rock que siempre tuve en mi cabeza.
no me importa lo viejo que esten son lo máaaas.
Rosso buenísimo esto.
Quisiera decir mas cosas pero esta bien reconocer una vez más en el día que soy re fan stone y lo hago todos los dias desde que lo descubri y ya estoy bastante crecidita.
Abrazos.

Unknown dijo...

Maestro: excelente nota, es una lástima que la mayoría de los rollingas no conozcan este período y que los RS se hayan convertido en una multinacional que vende r&r. En mi opinión los RS deberían haber desaparecido luego de Exile On Main St. Soy un fan incondicional de su etapa 63-72.
Un pedido master: me regalás alguna nota sobre los Buzzcocks que los reivindique.
Un abrazo desde el sur argentino.

Anónimo dijo...

Delicioso, que exquisiteses que cocinas Alfredo, quiero mas!!!!!
Abrazo

Anónimo dijo...

Grande Alfredo !
Es maravilloso encontrarte por estos lares, ya que te pierdo el rastro bastante seguido.
Un abrazo, viejo.

Martín

Arqueck dijo...

Siempre pienso que debés estar harto de que te digan Grosso.

Matías A. Sánchez dijo...

Gran post Alfredo, me perdí el curso de rock y cine, ¿para cuando uno nuevo?

Anónimo dijo...

La nota me resultó tan buena como casi todo tu material, Alfredo.
Sólo tengo una corrección: Brian Jones todavía estaba en la banda cuando grabaron "Beggar's banquet", incluso llegó a grabar un par de cositas (no sé si da para caracterizarlas de otra manera) en las sesiones de "Let it bleed".
Jones murió la noche en que los Stones estaban en los estudios Olympic grabando "I don't know why", de Stevie Wonder.
Por otra parte, me encantaría que vuelques tus conocimientos enciclopédicos en alguna nota con datos poco conocidos de discos de la época (Beatles, Stones, Kinks, Faces y Small Faces, Who, Cream, Hendrix, etc).
Y una nota de estudios famosos también estaría genial.
Si te copás con alguno de estos temas, sería genial.
Desde ya, mil gracias, un abrazo.

Guillermo

alfredorosso dijo...

Estimado Guillermo: en efecto, Brian hizo algunos aportes, tanto a Beggars Banquet como a Let It Bleed y considero un defecto no buscado de mi artículo el que haya quedado la idea de que no fue así. Pero uno de sus brillantes momentos finales con los Stones sin duda es su solo de guitarra bottleneck en "No Expectations" y también es cierto que participa, aunque quizás con menos protagonismo, en "You got the silver" y "Midnight rambler". En fin, qué más se puede decir? Qué tragedia la pérdida de semejante talento, no? Un abrazo y gracias por tus comentarios. Alfredo

Anónimo dijo...

Una gran pena, sin duda: otro de los tantos tipos muy talentosos que no pudieron lidiar con la situación en la que se encontraron de golpe y porrazo. Como vos decís en la nota, uno de los mayores interrogantes en la carrera de los Stones es qué rumbo musical podrían haber tomado con los aportesde Brian: hay que tener en cuenta que, si bien se trata de una banda que indudablemente posee un sonido propio, no es menos cierto que siempre estuvieron siguiendo las tendencias imperantes, llámeselas rhythm&blues, psicodelia, música disco, etc. Tal vez en el único momento en que los Stones fueron realmente originales fue en la época de los discos producidos por Jimmy Miller (1968-1672), de "Beggar's banquet" a "Exile on Main St." (excluyo, a propósito, a "Goats head soup"): de vuelta de la experimentación psicodélica, regresan a su primer amor, el blues, pero esta vez sí con un sello personal.
Un abrazo.

Guillermo

Le Bouton dijo...

Keith Richards está grabando un disco con Jack White.

Podés leer la noticia entera acá: http://rocktails.com.ar/2009/09/keith-richards-graba-con-jack-white.html

Saludos!!