Hace unos meses el diario Perfil me encargó un comentario del álbum Porco Rex, del Indio. Un álbum que conviene escuchar en detalle, porque muchos de sus pasillos y encrucijadas sólo revelan su presencia después de un puñado de audiciones. Aún en esta época vertiginosa, donde los estímulos sobran y la mecha de la paciencia es corta, vale la pena escuchar lo que el Indio tiene para decir.
PORCO REX : UN FUTURO TAN BRILLANTE QUE DEBO USAR GAFAS
por Alfredo Rosso
La imagen no es nueva: ya Discepolín nos anunciaba que terminaríamos en un mismo lodo, todos manoseados, y Porco Rex acerca la banda sonora de una película que estamos rodando a pesar nuestro. Un film con un puñado de actores que habita la irrealidad de esos comerciales de TV surrealistas con cuatro por cuatros recorriendo desiertos inhollados, y un elenco interminable de extras sin franquicia, que miran la fiesta de afuera y planean venganzas por lo bajo. En esta era donde nada es verdad y nada deja de ser verdad, como dijo lúcidamente el escritor J. G. Ballard, las calles cobran vida, sudan y se marean como un enfermo que delira de fiebre. Nuestra piel percibe un desastre a punto de suceder, algo que mañana saldrá en los diarios. Si hay alivio, es precario y efímero: aquí y ahora no pasó pero quizás allá y dentro de un rato sí. La voz interna nos reclama: “No quiero ser un número, no quiero ser una cifra. Quiero dejar una marca, no convertirme en un marcado.”
Finalmente uno comprende que es un invitado más de Porco Rex y empieza a responder a esta música extrema y claustrofóbica, hecha de capas de sonido abigarrado, con guitarras que disparan riffs quemantes antes de sumarse al aglomerado de la mezcla. La voz enmascarada del Indio convoca a la danza macabra de este Séptimo Sello porteño y las cartas del tarot de la corte porcina se caen una por una sobre el paño rojo de su portada. Cae el loser que “pedía siempre temas en la radio”; otra de esas polillas citadinas que buscan el calor de la llama y se queman, sin pena y sin gloria. Cae el reflejo inútil de recrear un amor que ya fue, convertido en rama desfoliada, entre bronces y bandoneones. Podríamos seguir en una lenta, letárgica letanía hasta deshojar todo el mazo de Porco Rex. Detenernos en espectros recurrentes de la fantasmagoria solariana, como el cheronca embustero, traidor de sus orígenes -otra de las infinitas variantes de la viveza criolla de la que hablaba Mafud- que habita “Te estás quedando sin balas de plata…” O compadecernos por un momento del iluso que vive un sueño sin fin encerrado en su tatuaje. Presenciar el desfiles de dioses que no nos quieren, soles que se mueren, amantes que no conjugan los mismos verbos y vuelos hacia el olvido... Pero el viajero que huye, tarde o temprano detiene su andar y si el segundo álbum del Indio, en algún punto, nos quema en el equipo, si tenemos que quitarnos los auriculares por un momento y mirar al vacío con una pregunta que no terminamos de formular, es porque la puntería de Solari es certera: su blanco es este chiquero nuestro de hoy, rutilante y menesteroso de ilusiones mediáticas flatulentas, en el que bailamos por un sueño entre carritos cartoneros. Sí, Porco Rex es una película, no hay duda. Pero el Indio no precisa hacer videos ni DVD. Las imágenes están vivas dentro de nosotros, gatilladas desde estos surcos digitales como balas en pos de nuestra cerebral corteza.
La imagen no es nueva: ya Discepolín nos anunciaba que terminaríamos en un mismo lodo, todos manoseados, y Porco Rex acerca la banda sonora de una película que estamos rodando a pesar nuestro. Un film con un puñado de actores que habita la irrealidad de esos comerciales de TV surrealistas con cuatro por cuatros recorriendo desiertos inhollados, y un elenco interminable de extras sin franquicia, que miran la fiesta de afuera y planean venganzas por lo bajo. En esta era donde nada es verdad y nada deja de ser verdad, como dijo lúcidamente el escritor J. G. Ballard, las calles cobran vida, sudan y se marean como un enfermo que delira de fiebre. Nuestra piel percibe un desastre a punto de suceder, algo que mañana saldrá en los diarios. Si hay alivio, es precario y efímero: aquí y ahora no pasó pero quizás allá y dentro de un rato sí. La voz interna nos reclama: “No quiero ser un número, no quiero ser una cifra. Quiero dejar una marca, no convertirme en un marcado.”
Finalmente uno comprende que es un invitado más de Porco Rex y empieza a responder a esta música extrema y claustrofóbica, hecha de capas de sonido abigarrado, con guitarras que disparan riffs quemantes antes de sumarse al aglomerado de la mezcla. La voz enmascarada del Indio convoca a la danza macabra de este Séptimo Sello porteño y las cartas del tarot de la corte porcina se caen una por una sobre el paño rojo de su portada. Cae el loser que “pedía siempre temas en la radio”; otra de esas polillas citadinas que buscan el calor de la llama y se queman, sin pena y sin gloria. Cae el reflejo inútil de recrear un amor que ya fue, convertido en rama desfoliada, entre bronces y bandoneones. Podríamos seguir en una lenta, letárgica letanía hasta deshojar todo el mazo de Porco Rex. Detenernos en espectros recurrentes de la fantasmagoria solariana, como el cheronca embustero, traidor de sus orígenes -otra de las infinitas variantes de la viveza criolla de la que hablaba Mafud- que habita “Te estás quedando sin balas de plata…” O compadecernos por un momento del iluso que vive un sueño sin fin encerrado en su tatuaje. Presenciar el desfiles de dioses que no nos quieren, soles que se mueren, amantes que no conjugan los mismos verbos y vuelos hacia el olvido... Pero el viajero que huye, tarde o temprano detiene su andar y si el segundo álbum del Indio, en algún punto, nos quema en el equipo, si tenemos que quitarnos los auriculares por un momento y mirar al vacío con una pregunta que no terminamos de formular, es porque la puntería de Solari es certera: su blanco es este chiquero nuestro de hoy, rutilante y menesteroso de ilusiones mediáticas flatulentas, en el que bailamos por un sueño entre carritos cartoneros. Sí, Porco Rex es una película, no hay duda. Pero el Indio no precisa hacer videos ni DVD. Las imágenes están vivas dentro de nosotros, gatilladas desde estos surcos digitales como balas en pos de nuestra cerebral corteza.
10 comentarios:
Descubrí el blog el sábado y me lo leí todo. Muy bueno Alfredo, está piola que rescates por entero cosas que la edición de las revistas nos niegan.
Un abrazo.
PD: me gustaría leer algo tuyo sobre Television o Verlaine, si es que hay.
Muy bueno el comentario sobre Porco Rex. El disco es un oasis en este panorama cada vez mas de plástico, cada vez mas plastificado.
Un abrazo
A mi con el disco del Indio me pasó que lo escuché de una, un par de veces y no me había convencido mucho, lo dejé descansar y luego lo retomé, porque necesitaba volver a escuchar y ver qué me transmitía. Es así, por momentos incomoda, en otros da nostalgia, levanta el ánimo y nos reconocemos en sus historias.
El disco me encanta, y el Indio como escritor, como músico no tiene límites ni reproches para hacerle. Porco Rex, para todos los lunáticos citadinos.
Gracias por el post, Alfredo. Pusiste en palabras mi cúmulo de sensaciones al escuchar el disco. A diferencia de pau, a mí me cautivo a la primera escucha. No sé si por el disco en-sí o por la mediocridad que escuchamos todos los días. Debe ser un poco de las dos cosas... Voy a decir una trillada trivialidad: un disco necesario.
Un abrazo.
CT
Independientemente del disco Alfredo, me permito la cortesía de tutarte, el artículo es tremendo... nunca leí una crítica tan hermosa sobre un disco.
Voy a seguir chusmeando por acá, no quiero hacerme ilusiones con algo de The Band Incredible String Band, Cream etc...
La verdad que ahora no sé si me gusto más la crítica o le disco.
Claudio.
Me cansa un poco que un disco tan musical como Porco Rex se hable casi todo de las letras, que a mi parecer están entre lo màs flojo de Solari. Solo se menciona que es muy opresivo musicalmente. Dejando de lado, los contrapuntos, las armonías de los caños, la inagotable creatividad del Indio para tener siempre melodías atractivas, la impresionante y atemporal balada oscura del cuarto tema, como los cansadores Dimarcios de los guitarristas, los contraplanos y muchas cosas más que tiene el disco y que nadie comenta.
En fin . . .
Creo que Anónimo tiene un buen argumento: a menudo el análisis de las letras del Indio deja un poco en segundo plano la sofisticación de los arreglos y los diferentes pasadizos instrumentales que engalanan los temas. Es una música meticulosamente pensada que, en verdad, merecería un desglose más minucioso. Gracias por el comentario. A.
Muy buen comentario sobre un muy buen disco. A mi pensar la creacion melodica y las liricas del Indio van a la par.
Este sonar poetico subjetivo imaginativo repercute entre las ambiciones del vecindario anquilosado, o no?... Me refiero tanto a las invenciones de Solari como al comentario de Rosso.
Bastante Gonzo el articulo... o no?
:: ES UNA OBRA DE ARTE ::
Siempre es un placer leer tu pluma-bisturí, que ilumina como nadie la cerrazón de ciertos discos que tiempo después son "clásicos".
Todavía conservo intacto el "Low" que me conseguiste en la época de "Tabu"(Margaritas a los chanchos), cada vez que lo escucho me acuerdo de algunas redondas tardes en la Bond.Abrazo.
Hasta uno de estos días...
Pingui(el original)
Publicar un comentario