sábado, 12 de abril de 2008

LA VUELTA DE CREAM, VAN DER GRAAF GENERATOR E INCREDIBLE STRING BAND : UNA GIRA MÁGICA Y MISTERIOSA
















En el 2005 viajamos a Gran Bretaña con mi esposa y productora del programa La Casa del Rock Naciente, Noemí Hakel, para asistir al retorno del trío Cream y de Van der Graaf Generator. De paso, nos dimos una vuelta por el Lake District, una zona paradisíaca del noroeste de Inglaterra, y tuvimos la fortuna de enganchar a otro grupo muy querido, The Incredible String Band, en la ciudad de Edinburgo, en Escocia. La crónica del viaje salió por primera vez en la revista La Mano y consideré que ya era hora de subirla a Mundorosso. Esta es la crónica completa y sin editar de nuestro viaje.

A propósito, las fotos de más arriba, en el sentido de las agujas del reloj, desde arriba a la izquierda: 1) Mike Heron, de Incredible String Band - 2) Cream - 3) David Jackson, de Van der Graaf Generator - 4) Alfredo y Noemí en el Lake District. Todas fotos de nuestra cosecha, excepto la de Cream.

Gira Mágica y Misteriosa

Tuvo la rara textura de los sueños, donde los paisajes, las personas y las cosas pasan delante de la vista a mil por hora. Hubo vértigo, asombro y también momentos de extraña calma. Vimos a Cream, a Van der Graaf Generator, a Incredible String Band… Y nos quedó tiempo para visitar la tierra de los poetas románticos y lacustres. Esta es la bitácora de un viaje inolvidable.

Jueves 5 de mayo, 19:30 hs.

El túnel tiene más de tres cuadras de largo y empieza en la estación South Kensington de la Circle Line, para desembocar en los alrededores del Hyde Park. Frente al enorme parque donde alguna vez tocaron gratarola los Rolling Stones se levanta el Royal Albert Hall, el edificio circular que contiene el teatro más elegante de Londres. En pocos minutos más Cream -Eric Clapton, Jack Bruce y Ginger Baker- volverán a pisar el mismo escenario en el que se despidieron de su público un ya lejano 28 de noviembre de 1968. Marea el sólo pensarlo: fue antes que el hombre pisara la luna, antes de Woodstock y de Altamont, antes del Cordobazo, antes del final de los Beatles. Pasos apurados, expectantes, resuenan en las paredes abovedadas. El acento londinense se mezcla con frases sueltas en alemán, italiano, español; toda una Babel de naciones representadas en esta peregrinación va a rendir tributo al trío que, mezclando blues eléctrico con psicodelia y virtuosismo, marcó un antes y un después en el rock.
El recital está anunciado para las ocho de la noche, pero es una manera de decir, porque todavía hay abundante luz de día en este mayo que para el hemisferio norte equivale a nuestro noviembre. Ya son las ocho y quince y se palpa una tensión nerviosa en el ambiente, mientras se van llenando palcos y plateas. Trajes de fino corte se mezclan con jeans y camperas con vestidos de noche. En la planta baja los recién llegados se arremolinan en los stands de merchandising que no dan abasto para despachar remeras de Cream a veinte libras el pescuezo. Por cinco esterlinas menos podés llevarte un programa tamaño long-play de vinilo, con lujosas fotografías y un despliegue gráfico multicolor. Miro a Noemí, esposa y productora radial, y me parece mentira el rally que realizamos en las últimas 100 horas hasta llegar a este momento culminante.

Flashback : sábado 30 de abril, 10:00 hs.

Heathrow tiene el aire cosmopolita de cualquier aeropuerto europeo pero la multitud de etnias se hizo más evidente todavía en la mañana del sábado 30 de abril cuando se dio uno de esos cuellos de botella que suelen producirse ante los mostradores de migraciones cuando se concentran varios vuelos y –como obedeciendo una vez más a la proverbial Ley de Murphy- los empleados encargados de estamparte el pasaporte se reducen al mínimo. Conociendo el absoluto derecho a veto que esta gente tiene sobre nuestros destinos, nos cuidamos mucho de esbozar siquiera una queja. Por fin, salivamos pavlovianamente al escuchar el mágico ¡stump! del matasellos, dejamos la Zona de Nadie y ¡estamos en el Reino Unido!
El Heathrow Express es un tren ultra-cool, suave y silencioso, cuyo lema es
“En 15 minutos, cada 15 minutos”, aludiendo tanto a la rapidez como a la frecuencia con que sus vagones te depositan en la estación terminal de Paddington, en el centro de Londres. Para nosotros es una mera escala ya que, subte mediante, vamos en pos de otra terminal, Euston, para abordar el ferrocarril de la Virgin que nos lleve a 225 km. por hora hacia Windermere, en el corazón del Lake District.
El distrito de los lagos está al noroeste de Inglaterra, pasando Manchester, pasando Liverpool. Son un puñado de ojos de agua resguardados entre cadenas montañosas que a finales del siglo XVIII encendieron la imaginación de los poetas románticos. William Wordsworth y Samuel Taylor Coleridge compusieron sus mejores sonetos contemplando el degradé de verdes y amarillos que ostentan las frondas de estos valles.
No me acuerdo quién dijo que cada contratiempo es una puerta hacia nuevas posibilidades, pero el anónimo filósofo algo de razón tenía. Por reemplazo de vías, nuestro tren sólo llega hasta algo más que la mitad del camino. A partir de allí nos esperan tres tramos de ómnibus, en Crewe, Preston y Oxenholme. Pero el incordio de paradas y traspaso de valijas resulta llevadero cuando se abren ante nosotros paisajes inimaginados desde la ventanilla monocorde del tren. El bus permite descubrir pueblos perdidos en el corazón de la Inglaterra rural; las retinas trabajan a destajo para abarcar callecitas medievales, arroyos que dan mil vueltas y se pierden por allá, casas y pubs revestidos de madera y colinas que se comban en un verde oscuro con interminables dotaciones de ovejas. Por fin notamos un cambio en el aire, de golpe es más punzante y húmedo. Las colinas se volvieron montañas y el sol de la tarde rubrica una brigada de nubes espaciadas de un cielo Simpsons: llegamos a Windermere.

Jueves 5 de mayo, 20:20 hs.

¡¡Wwooaaaaaahh!!, explota el Royal Albert Hall. Son las ocho y veinte y Cream acaba de pisar el escenario. No hay tiempo para reponerse porque enseguida Eric Clapton pulsa el intro inconfundible del “I’m so glad” de Skip James y el trío ya está en carrera. Enseguida se suma el bajo de Bruce y el repicar monolítico del redoblante de Baker. Como un manifiesto de intenciones, Cream pasa del blues del Delta al blues de Chicago vía el “Spoonful” que Jack Bruce hizo suyo desde la primera vez que su garganta única entonó la ya célebre “might fill spoons full of coffee / might fill spoons full of tea / just a little spoon of your precious love / good enough for me”. Lo veo, lo oigo y no lo creo: la voz de Jack tiene el caudal y la expresividad de la versión del álbum Wheels of Fire pero ¿Cómo hace? ¡Pasaron 37 años! Además, Bruce comprende a las maravillas como extraer el tono lascivo, amenazante que destila este clásico de Willie Dixon que estrenó Howlin’ Wolf en los años cincuenta. Y la gente lo sabe: en el Royal Albert Hall no vuela una mosca. Atornillados a nuestras butacas, dejamos que la marea de libido maliciosa de “Spoonful” nos inunde de a poco.
Después de calentar motores, ya es tiempo que Eric se suelte y pele y Clapton se luce en uno de los grandes momentos del álbum Disraeli Gears, el “Outside woman blues”, de Arthur “Blind Willie” Reynolds. El timbre feroz de la Stratocaster blanquinegra de Eric -con esas notas agudas saliendo como latigazos- son el marco justo para este blues cuyo protagonista, con cínica resignación, dice que no hay manera de poder vigilar, al mismo tiempo, lo que hace su esposa y lo que hace su “mujer de afuera”. Enseguida, la sorpresa más inesperada de la noche: Ginger Baker entona su fábula para niños, “Pressed rat and warthog”, acerca de una ratita y un jabalí que tenían una tienda donde vendían “manzanas atonales y calor amplificado”, pero tuvieron que cerrarla e irse dando vuelta la esquina, muy tristes… El colorado Baker, el de los ojos pícaros y la pinta de Don Quijote vikingo, le dibuja una sonrisa al público cuando dice: “les tengo buenas noticias: la ratita y el jabalí reabrieron su tienda recientemente y ahora venden merchandising de Cream…”

Flashback : domingo 1º de mayo, 11:00 hs.

La lancha deja el puerto de Downess -que es la parte más hip de Windermere, el sitio costero de las tiendas de ropa y los bares que cierran tarde- y se adentra en un lago flanqueado por montañas con espesuras que relucen con el verde de la primavera boreal. La bruma besa el agua y por un rato parece que levitamos en un mar de cúmulus nimbus. A nuestro alrededor sacan fotos y se oyen idiomas indescifrables. El bar de la lancha escancia cervezas y algún que otro licor fuerte y de pronto estamos en Ambleside, pueblo de colinas y callecitas subibaja. Caminamos hasta una iglesia con camposanto donde acaba de concluir el servicio dominical. Feligreses beben té y comen tortas en amable plática vecinal mientras el párroco detiene su saludar a troche y moche para darnos un curso rápido sobre la historia del edificio. Rato más tarde, el televisor de estado sólido de un pub nos dice que Tottenham Hotspurs -el antiguo equipo de Osvaldo Ardiles- está destrozando al Aston Villa por 5 a 1. Pero no vinimos a mirar la Premier League sino a develar los misterios del Lake District, por lo tanto huimos del microcentro de Ambleside y nos vamos colina arriba, lejos de la gente que espía mapas, a engarzar pensamientos un poco más livianos siguiendo la picada que bordea una cascada. Subimos la cuesta, pasando piedras, musgos, helechos; sitios de picnic ideales, balcones para aquella foto increíble y spots para besos apasionados. El curso de agua se intuye primero, se oye después y aparece, por fin, como diciendo: “hola, ¿me buscaban a mí?” Spláshili splash splash.

Agua, puro elemento, dondequiera abandonas
tu mansión subterránea, hierbas verdes y flores
de brillante color y plantas con sus bayas,
surgiendo hacia la vida, adornan tu cortejo;
y en el estío, cuando el sol arde, veloces
insectos resplandecen y, volando, te siguen.
Si falta tu bondad, resuella el bosque, y ciervo
y cierva y cazador con su venablo, juntos
languidecen y caen. No deja de sentirse
en el alma turbada tu benigna influencia;
y tal vez en la entraña marmórea de la tierra,
donde sufren tormento espíritus que lloran
gracia y bondad perdidas, tus murmullos apagan
su angustia ya los tuyos mezclan sus dulces cantos.

“Agua, puro elemento”, de William Wordsworth (1770-1850)

Jueves 5 de mayo, 20: 55 hs.

Cream ya alcanzó altura de crucero. Un solo demoledor de Clapton y la inefable garganta de Bruce se cargan “Sleepy time time”, el blues de los gamules, personajes de la mitología periodístico-rockera que gustan de dormir de noche y descansar de día. Pasa luego “N.S.U.” con su coro de tribuna y su letra sic transit gloria mundis. Aparece el “Badge” que en la versión de estudio contó con la ayuda de un Beatle, enmascarado bajo el sosías de “L’Angelo Misterioso”. Ahora Clapton debe hacer doble tarea, combinando sus partes de guitarra y las que tocaba George Harrison en el original del álbum Goodbye. La empresa no parece preocuparle: con el pelo partido al medio y un leve flequillo; camisa azul, barba de un día y aura de elegante desaliño, Clapton se ve inmerso en recoleta satisfacción. De pronto llega “Politician”. Suena ajustado y muy apropiado para la fecha ya que, mientras Bruce entona sus estrofas, el primer ministro Tony Blair está obteniendo un tercer período de gobierno –aunque con mayoría recortada- ante la apatía general. “Apoyo a la izquierda / mientras en realidad me inclino hacia la derecha / aunque nunca estoy allí / cuando empiezan las peleas / Soy un político de raza / y pongo en práctica lo que predico / así que cuidado con negarme, nena, al menos mientras estés a mi alcance…” Es hora de espiar por mis binoculares: Ginger Baker toma un trago de algo que parece jugo de naranja. Bruce sonríe a cada rato; está claro que esperó este momento tanto como nosotros. Los solos de Eric son precisos y sentidos. No hay despliegue flashy ni poses para la foto. Cream no es verso.

Flashback: miércoles 4 de mayo, 23:00 hs.

Descubrimos otro Windermere detrás del sendero del turista, hecho de calles laterales con canteros de flores multiformes, plazoletas con setos y arroyos que corren por acequias urbanas. Entramos en un pub con mucha onda llamado, apropiadamente, Brookside Inn (la posada al lado del arroyo). Nos recibe un interior cálido, con parroquianos que fuman y familias que se beben la tarde bucólica de domingo junto a sus pintas de lager. Fast-forward. Tren. Ovejas. Ciudad de Carlisle. Un hotel que supo ser señorial a principios de siglo, pero del anterior. Enorme cuarto con araña central, escritorio, sillones, baño con bañera. Carlisle tiene una catedral del siglo 12 y un castillo que alguna vez fue bastión de resistencia contra invasiones escocesas. De Carlisle partimos en un ferrocarril costero que bordea el mar de Irlanda con rumbo suroeste. A nuestra derecha el cielo sobre el Atlántico tiene cara de pocos amigos. Pasamos por la central atómica de Sellafield y nos corre un frío por la espalda, recordando el piquete de manifestantes anti-nucleares encadenados a sus barrotes, en épocas Thatcheristas. Por fin, nuestra meta está a la vista. Es el pueblo de Ravenglass, donde me espera una vieja obsesión que Noemí ha aprendido a compartir con paciencia de esposa: los trencitos de trocha angosta que se meten en el corazón de la campiña inglesa. Resabios de épocas en que la minería era un puntal del reino, los vagones que supieron transportar carbón, pizarra y minerales hoy llevan turistas hambrientos de valles y lejanías.
Miré un rayo de sol,
combado en el azul, hasta la tierra,
y allí vi un pájaro atrevido:
¡oh, qué encantado y dulce!
Bajábase y subía, parpadeaba, en círculos
volaba por el rayo de soleada niebla,
con sus ojos de llama y con su pico de oro
y todo su plumaje de amatista.

Y así cantaba: “¡Adiós! ¡Adiós!
Lo que sueña el amor se cumple raramente.Las flores no se quedan nunca, nunca;
no permanecerán las gotas de rocío.
¡Oh, mayo, mayo dulce:
ya es hora de partir!I
remos lejos, lejos,¡iremos hoy, hoy mismo!”

“Canción de Glicina”, de Samuel Taylor Coleridge (1772-1834)

Un nuevo tren rápido con dirección noreste nos depositó en Escocia con las últimas luces del atardecer. Cena. Sueño. Barajar de nuevo y ya es de mañana otra vez. Hay un Edinburgo de pasadizos y recovecos que comunican calles cruzando a través del pulmón de manzana. Hay un Edinburgo para patearse a gusto una mañana fresca de mayo, del castillo a la catedral y de la galería nacional de cuadros a un jardín botánico con invernadero laberíntico y fascinante. Y la noche nos reserva un plato especial: tocan esos hijos dilectos de la ciudad, la Incredible String Band. Es cierto que les falta uno de sus puntales, Robin Williamson. Pero los miembros fundadores Mike Heron y Clive Palmer han recargado sus pilas con la sólida base musical que le dan el multiinstrumentista Lawson Dando y la violinista y cantante Fluff. El cuarteto recorre sin esfuerzo las gemas de sus dorados álbumes de folk cósmico y psicodélico, Incredible String Band, The 5000 Spirits, The Hangman’s Beautiful Daughter y Wee Tam & the Big Huge. El pequeño club The Liquid Room vibra con la atmósfera afable de lo familiar. “A very cellular song” cierra el set antes de los bises y Noemí se emociona con la frase que fue una clave de nuestro romance y que Incredible usa para despedir a sus fans con una buena vibra: “Que el viejo sol brille sobre vos, que todo el amor te rodee y que la clara luz de tu interior te guíe durante todo el camino…” Amén.

Jueves 5 de mayo, 21:15 hs.

Un trueno de tom-tones de Ginger rubrica el familiar pa-pa, pa-du-da-pa, pa-du-da-pa-pa-pa-du-da de “Sweet wine”, donde Clapton adopta un tono agresivo, raspón y de mala entraña. Sigue “Rollin’and tumblin’”, una tour de force para Jack Bruce, alternando armónica y voz, voz y armónica. Y llega la otra gran sorpresa de la noche: una afilada versión del “Stormy Monday blues” de T-Bone Walker (Eric y Jack lo tocaban en los días compartidos junto a John Mayall y cuenta la leyenda que Ginger se sentó más de una vez a la batería, como invitado) con el mejor solo de Clapton en toda la noche, lacerarte y abrasivo. A continuación, Bruce adopta un bajo fretless color caoba para encarar “Deserted cities of the heart”, desconsolado lamento de un poeta con el alma en terapia intensiva, tal la letra de Pete Brown: “En esta calle donde el tiempo ha muerto / las delicias doradas que nunca intentaste / En tiempos antiguos / en días que se fueron / si tan solo pudiera atrapar tu ojo danzarín / Fue en el camino / en la ruta de los sueños / ahora mi corazón se ahoga en corrientes sin amor / La calle es fría / sus árboles desaparecieron / la historia ya se contó / la oscuridad ha ganado / una vez zarpamos a atrapar una estrella / teníamos que fracasar / estaba demasiado lejos…”
¿Qué más? El himno a la mufa que inmortalizó Albert King, “Born under a bad sign”; la suprema melancolía de “We’re going wrong”, y un Baker castigando tom-tones con mazas. Clapton vuelve a tomar la posta para un “Crossroads” más cercano al arreglo de su versión unplugged que a la versión electrizante de Wheels of fire.
Y entramos en la recta final. El blues de Howlin’ Wolf “Sitting on top of the world” contagia la sensación despreocupada de un tipo que se descubre a sí mismo perfectamente feliz después que lo abandonó su mejor parte, aunque no tiene comparación con la maníaca versión del álbum Goodbye. En “White room” Bruce queda lejos del micrófono en el comienzo de una estrofa y se ríe culposo, mientras Clapton llega en su auxilio en el puente del tema. Conmueve ver como el público del Royal Albert Hall se une en un murmullo expectante durante la pausa que precede al característico solo de wah-wah del epílogo.
Clapton y Bruce se van del escenario. “Toad”es el momento de gloria de Baker. Metódico, imperturbable, Ginger acomete redoblante y plato. Luego tom-tones y plato. Luego un rulo que lo lleva por todos los tambores, mientras sus pies no le dan respiro a los bombos. En un verdadero diálogo percusivo con la audiencia, Ginger acentúa una frase, más tarde serena los golpes como para efectuar un comentario al pasar y finalmente descarga toda la fuerza de sus argumentos en un gran corolario. “Tiene razón el doctor”, parecen decir los riffs de cierre de Eric y Jack. ¿Cómo? ¿Qué es esto? Los tres músicos saludan y se van… ¿Tan pronto? Para mi sorpresa miro mi reloj y han pasado más de dos horas. Nadie se atreve a la ofensa de aplaudir sentado. Y Cream vuelve para “Sunshine of your love”, un bis que se caía de maduro. Una frase de la letra queda flotando en el aire, profética: “Me quedaré contigo ahora / hasta que mis semillas se hayan secado.” Otra ovación cierra la noche. Telón. De repente, Cream se fue. No puedo evitar un ¡sniff! de melancolía. Post coitum…

Viernes 6 de mayo, 19:45 hs.

¡The Beast! ¡Llegó The Beast! Los gritos enfervorizados de Pettinato resonaban en los cavernosos pasillos de ATC y no era para menos: era el 3 de junio de 1992, Peter Hammill pisaba por primera vez la Argentina y visitaba el programa Rebelde Sin Pausa. Petti estaba en lo cierto: como solista y como líder de Van der Graaf Generator, Hammill era la bestia negra del rock inglés. Su banda había tenido su momento de gloria en los ’70, durante el esplendor de la etapa progresivo-sinfónica que consagró a Yes, Genesis, King Crimson y Emerson, Lake & Palmer. Pero aunque Van der Graaf compartía las ambiciones musicales de todas esas bandas, tenía sin duda una personalidad propia y única, cuyo centro era Peter Hammill. Dueño de una voz operística y dramática, “Pedro” –como lo rebautizó un desaforado fan argentino- utilizó su garganta privilegiada y un lenguaje rico en metáforas y simbolismos para acuñar visiones descarnadas sobre el hombre del siglo XX con sus grandes dudas y escasas certezas. Esa búsqueda eterna por entre los recovecos del alma continuó en la obra solista de Hammill y produjo varios álbumes memorables. Sin embargo, más de una vez extrañamos esa combinación exquisita del teclado eclesiástico de Hugh Banton, la flauta lírica y los saxos desbocados de David Jackson y el retumbar casi marcial de los tambores de Guy Evans; todo eso junto, envolviendo a la cosmogonía Hammilliana. Se extrañaba…hasta hoy.
El Royal Festival Hall está sobre la ribera sur del Támesis, ni bien uno cruza el río sobre el puente que separa las estaciones de Charing Cross y Waterloo, después de haber dejado atrás el remolino de gente que se agolpa en la zona de Trafalgar Square, con su National Gallery y su monumento al almirante Nelson. El RFH y el adyacente Queen Elizabeth Hall forman parte de un complejo tipo Teatro San Martín, con salas de concierto, galerías de arte, librería y disquería bien provistas y un puñado de bares como para calmar la ansiedad de alimento que siempre trae el contacto cercano con lo sublime. Hoy ese contacto viene por cortesía de Van der Graaf Generator, que se reúne con su formación clásica tras dos décadas y media de mutis por el foro. Pero, además, Hammill, Jackson, Banton y Evans se han reunido por las razones correctas: tenían muchas ganas de volver a hacer música juntos y la prueba es Present, el excelente nuevo álbum que retoma la historia donde la dejaron. El doble trae un disco de nuevas canciones que muestran a un Hammill filoso como siempre en las letras y una música rica, densa y -mejor aún- fresca: VDGG ha vuelto con las pilas cargadas y la evidencia final es el disco extra de zapadas de estudio que completa la edición.
Se acercan las ocho de la noche cuando suenan las primeras notas de “The undercover man”, el clásico de Godbluff, y mi corazonada se confirma: veo cuatro músicos felices de estar allí. El posterior agradecimiento de Hammill ante la ovación general delata su emoción en un leve quiebre en la voz pero, más allá de eso, a los músicos se los ve calmos y compenetrados. Y cuando Van der Graaf se suelta, make no mistake, ¡no toman prisioneros! Soy testigo de que esos intrincados pasadizos donde el órgano de Banton y el saxo de Jackson se trenzaban en diálogos enrevesados y diabólicos no eran producto de la artesanía del estudio de grabación. Aquí está la banda a pleno, con el familiar stacatto del piano de Hammill y los secos mandobles de Evans completando un crescendo inconfundible. Van der Graaf tiene la dinámica de una banda de jazz y recorre los climas oscuros como si fuesen el grupo gótico primigenio, el que le enseñó el idioma a todos los demás. El sístole y diástole del concierto está administrado con sapiencia: al lirismo idealista y barroco de “Refugees” le sigue la feroz denuncia de la Era de Bush de “Every bloody emperor”, el pico más alto del nuevo álbum. Atrás llegará una versión casi punk de “Lemmings” y otros favoritos atemporales como “Man-erg”, “Darkness 11/11” y “The sleepwalkers”, reservando la estocada final para el bis incandescente de “Killer”. Mis ojos se fijan en Peter Hammill; acostumbrado a la figura intimista y solitaria de sus recitales argentinos, me sorprende verlo allí en el centro de la banda, de camisa blanca, más flaco y canoso, con la voz potente de sus mejores tiempos, epicentro del huracán sonoro de Van der Graaf. Los cuatro músicos se abrazan y hay una yapa más, un delicado “Wondering” para aflojar la tensión e irnos con un suspiro satisfecho. La bestia ha regresado.

Epílogo : domingo 8 de mayo, 20:00 hs.

Tras un baño de cultura sabatino en la Tate Modern -la galería que concentra una buena porción del mejor del arte contemporáneo- viajamos a Edgware, en el norte de Londres, donde Andy Snipper, amigo de más de tres décadas, corresponsal de Expreso Imaginario y La Mano, nos homenajeó con una barbecue, un asado a la inglesa, con salchichas y unos hamburguesones muy ricos. Y hasta reunió una parva de gente para la ocasión. “No te agrandes que lo hacemos para Noemí”, dijo Andy, “a vos te vemos más seguido…”
Perezoso domingo de primavera en Londres, ideal para un paseo por Hyde Park. Siempre me pregunto ¿en qué parte habrán montado el escenario los Rolling Stones todos esos años atrás? Aerobistas, familias, chicos que les tiran migas a los patos de la Serpentine, el lago que divide el Hyde Park de los Kensington Gardens. Cae la tarde y guardan los botes. El sol se va perdiendo lentamente por detrás de los edificios de Bayswater Road y nosotros nos vamos a brindar por el cumpleaños de Noemí en un simpático restaurante chino cercano a la estación de Paddington, donde todavía se puede cenar sin empeñar el futuro de nuestros hijos. Buenos Aires ya está más cerca pero, como diría el Indio, todo esto ¡no lo soñé!
Alfredo Rosso

Cherchez la Femme

En uno de los primeros números de La Mano, escribiendo sobre las mujeres de los periodistas de rock, Petti habló de la disposición de éstas a compañarlos a cuanto recital pintara.
Sin embargo, nuestras ganas de ver a Cream eran compartidas. A Van der Graaf, yo sabía que tenía que ir, y al recital de Incredible String band lo seguí a Alfredo bajo protesta, estaba francamente cansada.
Cuando recién empezábamos a salir, en otoño del ’88, Alfredo –que en esa época tenía la disquería Tabú, en la galería Bond Street- me grabó dos cassettes. El primero era de Peter Hammill y Van der Graaf, y el segundo de la Incredible String Band.
La verdad, me sorprendió, más cuando del segundo me llegaron, al día siguiente de recibida la cinta, sus letras fotocopiadas. El detalle: al final de las hojas, Alfredo había dibujado los dos círculos que encierran al lema de su tema-himno, “A very cellular song”: “Que el eterno sol brille sobre ti, que todo el amor te rodee y que la pura luz de tu interior te guíe durante todo el camino.”
Morí. Eso ya era un mensaje de amor, positivo, veníamos bien. (Como se verá, las mujeres de los periodistas de rock interpretamos las grabaciones que nos regalan).
Cream fue de terminar saludando y sonriendo a los dos alemanes y a la pareja de ingleses que estaban a nuestros lados, como para sellar el momento compartido –desde bien arriba- en el Royal Albert Hall, casi en las nubes.
Van der Graaf Generator fue intenso, fuerte, tanto que hacia el final –lo confieso- salí a dar una vuelta para desintensificarme un poco.
The Incredible… Un sótano en el Mound, la ciudad vieja de Edinburgo, unas doscientas personas entre veintitantos y sesenta y pico de años, distendidas con sus cervezas, hasta que los músicos y su música nos fueron poniendo a punto de ronroneo. Y terminan con “A very cellular song” y concluyen –concluímos- con su mantra, el que habla del sol y el amor y la luz interior. Y diecisiete años después, estando juntos allí hijos, familias y mucha vida compartidas y cantando juntos el “may the long-time sun shine upon you…” fue mucho, mucha la emoción y mucha la alegría en la magia de un momento.
Noemí Hakel

2 comentarios:

TONI dijo...

Impresionante crónica, qué envidia me das!

Anónimo dijo...

http://www.youtube.com/watch?v=7obsE0DNHAQ