A la misma serie de notas que incluyó la de Captain Beefheart pertenece esta semblanza del gran cantautor estadounidense Tim Buckley, cuya influencia en la escena musical de los últimos 25 años recién comienza a evaluarse en toda su magnitud. Ah, y para los más jóvenes, sí, es el papá de Jeff...
Tim Buckley estaba adelantado a su tiempo antes que se estilase que estar adelantado a su tiempo. Cuando su voz suena en una habitación, las personas olvidan las nimiedades que están perpetrando y se ponen a escuchar. La voz de Buckley pronto invade los intersticios entre las moléculas. Pronto, el espacio todo rinde el parque.
Al igual que el boxeador de Paul Simon, cuando Tim Buckley dejó su casa y su familia, no era más que un muchacho en la compañía de extraños. Extraños sabios y sensibles, como Jac Holzman, jefe del progresista sello Elektra. A principios de los 60 Elektra había hecho su cabecera de playa en el mercado discográfico copando varios ejemplos del folk existencial de entonces: Tom Paxton, Fred Neil, Judy Collins. Con el saco a medio poner, como muestra la portada de su primer álbum, Buckley recorrió los cafetines del Soho neoyorquino y los clubes de Los Angeles. Cara querubinesca, aura enamoradiza, guitarra en ristre. El debut, Tim Buckley, podría pasar por una nouvelle vague de ocres sueños hippies, si no fuese porque Buckley ya apuntaba más alto. Nunca se lo vio cómodo entre los burgueses intentos de rebeldía del rock californiano. Tuvo, sí, un hit considerable con su segundo disco, Goodbye and Hello, cuando las coordenadas de sus intereses se cruzaron con la breve primavera de la contracultura: “No Man Can Find the War” lo encontró ponderando el absurdo de la guerra; “I Never Asked to be Your Mountain” expresó su ambigüedad hacia el compromiso sentimental y “Pleasant Street” insinuó su desconfianza frente a los paraísos químicos. La Norteamérica joven lo amó. Buckley, sin embargo, no se detuvo a saludar. Disfrutó del sexo, la plata y el status que le daba su nueva condición de favorito, pero no se le nubló el juicio. Con las mismas pocas pulgas con que una vez dejó plantado al productor de un programa de TV (“¡Mirás vos! ¡Este imbécil me pide que mueva los labios y haga creer que canto mientras pasan mi disco!”), Buckley se fue alejando de quienes pretendían mostrarle los peldaños del escalafón folk-rockero a cambio de un voto de mansedumbre.
Tim Buckley rodeó su talento de talento. Con un amigo poeta, Larry Beckett, encajó estrofas sinuosas en melodías cada vez más esotéricas. Otro lugarteniente de años, el guitarrista Lee Underwood, le protegía las espaldas comandando un grupo con la elasticidad del jazz íntimo y la osadía del avant-garde. Los títulos de sus discos no son casuales. Goodbye and Hello significó un adios a los ritos del establishment rockero y un hola esperanzado a territorios inhollados. Happy/Sad plasmó su inquietante ciclotimia musical en seis piezas expansivas, de múltiples estímulos. Lorca trazaba un curioso paralelo con aquel malogrado escritor español, atrapado con su prosa elegante en una época de fundamentalismos tan ciegos como monolíticos.
A despecho de su fama de negociante calculador, el entonces mánager de las Mothers of Invention, Herb Cohen, siempre tuvo un sexto sentido para detectar dones inusuales. Fue así que le pareció natural sumar a Tim Buckley a los sellos gemelos –Straight y Bizarre- en los que estaba asociado al líder de las Mothers of Invention para estimular formas musicales originales, esas que se caen por los bordes del mercado tradicional. Con Beckett en el ejército, el cambio de década encontró a Buckley alejándose progresivamente de la canción tradicional. Sus canciones se volvieron oblicuas en estructura y menos verborrágicas en la parte lírica, tratando la voz como un instrumento más, rodeada del timbre sutil del vibráfono, baterías con escobillas, guitarras acústicas. Una idea de su total indiferencia a las leyes del mercado discográfico lo da el hecho de que publicó Blue Afternoon y Lorca casi en forma simultánea, en sellos diferentes. Una vez más la clave del primero puede buscarse en el título: canciones apacibles y melancólicas para una bucólica tarde que se va de a poco.
Le faltaba aún tirarse del trampolín –como siempre, sin fijarse si había agua debajo- y Tim Buckley dio graciosamente el salto en Starsailor. Navegó las estrellas tras la musa-nereida de su clásico inmortal “Song to the Siren”; ese mismo que Liz Fraser entonó junto a This Mortal Coil, presentando a Buckley a la generación de los ochentas.
El espíritu errante de Buckley no era fácil de satisfacer. Mucho antes que el rock coqueteara con los sonidos folklóricos del mundo, Tim buscó la proyección a otras geografías musicales y para ello se enroló en un curso universitario de etnomusicología. Agotadas las regalías de sus tempranos hits, los rumores lo sitúan trabajando de taxista y de chofer, mientras perseguía una carrera paralela de actor, guionista y escritor.
Con todo, su nervio motor siguió siendo la música. En Greetings From L.A. se reinventó como un shamán erótico y funk; la sutil austeridad de antaño reemplazada por bronces, órgano, percusiones, coros y cuerdas. La voz de Buckley, no obstante, era el centro del huracán. De hecho nunca mostró mayores recursos expresivos que en orgástico scat de “Get On Top”. Sefronia conservó la carga sensual pero le agregó un toque de misterio al repertorio propio (“Quicksand”) y una nueva dimensión a temas ajenos, como muestran sus covers de “Dolphins” (de Fred Neil, el autor de “Everybody’s Talking”) y de “Sally Go Round The Roses”, que en boca de Tim pasa de una simple canción de amor a la obsesión de un potencial predador sexual.
Europa, y en particular Inglaterra y Escandinavia, fueron un refugio artístico para Buckley ante la indiferencia que encontraba en su país. No en vano varios de los mejores testimonios de su música sobre un escenario, aparecidos pos mortem (Dream Letter, Once I Was, Morning Glory) provienen de excursiones al viejo continente. Pero su status de héroe de culto no alcanzó para cambiar la historia. El curioso sino revelador de los títulos de sus álbumes asomó de nuevo Look At the Fool, donde –por primera vez en su carrera- Buckley no parece estar en control de su producción musical. Su voz, impresionante como siempre, navega errabunda entre temas mundanos y arreglos estandarizados.
Nadie sabe bien qué pasó aquella infausta noche de junio del 75. Los testigos dicen que Buckley –que se aprestaba a dar un nuevo golpe de timón y recuperar las riendas de su carrera- estuvo en una fiesta con amigos y cedió a la tentación de aspirar algo de heroína, una droga con la que coqueteó en varios pasajes de su vida. El hecho de estar limpio de adicciones, paradójicamente, puede haber dictado su sentencia de muerte, ya que el metabolismo de Buckley se había desacostumbrado a tolerar la sustancia química.
Ese cálculo errado de una noche de celebración privó al mundo de volver a escuchar a una de las más grandes voces de la historia del rock. Un buen aporte a la teoría de que el talento se transmite con los genes lo da el hecho de que Jeff Buckley (producto de una relación casi adolescente de Tim) continuó la senda de cantautor brillante de su padre en los noventa, para extinguirse de una manera no menos trágica, arrastrado por una corriente del río Mississippi. Pero esto, como suele decirse, es otra historia.
ALBUMES ESENCIALES
Tim Buckley estaba adelantado a su tiempo antes que se estilase que estar adelantado a su tiempo. Cuando su voz suena en una habitación, las personas olvidan las nimiedades que están perpetrando y se ponen a escuchar. La voz de Buckley pronto invade los intersticios entre las moléculas. Pronto, el espacio todo rinde el parque.
Al igual que el boxeador de Paul Simon, cuando Tim Buckley dejó su casa y su familia, no era más que un muchacho en la compañía de extraños. Extraños sabios y sensibles, como Jac Holzman, jefe del progresista sello Elektra. A principios de los 60 Elektra había hecho su cabecera de playa en el mercado discográfico copando varios ejemplos del folk existencial de entonces: Tom Paxton, Fred Neil, Judy Collins. Con el saco a medio poner, como muestra la portada de su primer álbum, Buckley recorrió los cafetines del Soho neoyorquino y los clubes de Los Angeles. Cara querubinesca, aura enamoradiza, guitarra en ristre. El debut, Tim Buckley, podría pasar por una nouvelle vague de ocres sueños hippies, si no fuese porque Buckley ya apuntaba más alto. Nunca se lo vio cómodo entre los burgueses intentos de rebeldía del rock californiano. Tuvo, sí, un hit considerable con su segundo disco, Goodbye and Hello, cuando las coordenadas de sus intereses se cruzaron con la breve primavera de la contracultura: “No Man Can Find the War” lo encontró ponderando el absurdo de la guerra; “I Never Asked to be Your Mountain” expresó su ambigüedad hacia el compromiso sentimental y “Pleasant Street” insinuó su desconfianza frente a los paraísos químicos. La Norteamérica joven lo amó. Buckley, sin embargo, no se detuvo a saludar. Disfrutó del sexo, la plata y el status que le daba su nueva condición de favorito, pero no se le nubló el juicio. Con las mismas pocas pulgas con que una vez dejó plantado al productor de un programa de TV (“¡Mirás vos! ¡Este imbécil me pide que mueva los labios y haga creer que canto mientras pasan mi disco!”), Buckley se fue alejando de quienes pretendían mostrarle los peldaños del escalafón folk-rockero a cambio de un voto de mansedumbre.
Tim Buckley rodeó su talento de talento. Con un amigo poeta, Larry Beckett, encajó estrofas sinuosas en melodías cada vez más esotéricas. Otro lugarteniente de años, el guitarrista Lee Underwood, le protegía las espaldas comandando un grupo con la elasticidad del jazz íntimo y la osadía del avant-garde. Los títulos de sus discos no son casuales. Goodbye and Hello significó un adios a los ritos del establishment rockero y un hola esperanzado a territorios inhollados. Happy/Sad plasmó su inquietante ciclotimia musical en seis piezas expansivas, de múltiples estímulos. Lorca trazaba un curioso paralelo con aquel malogrado escritor español, atrapado con su prosa elegante en una época de fundamentalismos tan ciegos como monolíticos.
A despecho de su fama de negociante calculador, el entonces mánager de las Mothers of Invention, Herb Cohen, siempre tuvo un sexto sentido para detectar dones inusuales. Fue así que le pareció natural sumar a Tim Buckley a los sellos gemelos –Straight y Bizarre- en los que estaba asociado al líder de las Mothers of Invention para estimular formas musicales originales, esas que se caen por los bordes del mercado tradicional. Con Beckett en el ejército, el cambio de década encontró a Buckley alejándose progresivamente de la canción tradicional. Sus canciones se volvieron oblicuas en estructura y menos verborrágicas en la parte lírica, tratando la voz como un instrumento más, rodeada del timbre sutil del vibráfono, baterías con escobillas, guitarras acústicas. Una idea de su total indiferencia a las leyes del mercado discográfico lo da el hecho de que publicó Blue Afternoon y Lorca casi en forma simultánea, en sellos diferentes. Una vez más la clave del primero puede buscarse en el título: canciones apacibles y melancólicas para una bucólica tarde que se va de a poco.
Le faltaba aún tirarse del trampolín –como siempre, sin fijarse si había agua debajo- y Tim Buckley dio graciosamente el salto en Starsailor. Navegó las estrellas tras la musa-nereida de su clásico inmortal “Song to the Siren”; ese mismo que Liz Fraser entonó junto a This Mortal Coil, presentando a Buckley a la generación de los ochentas.
El espíritu errante de Buckley no era fácil de satisfacer. Mucho antes que el rock coqueteara con los sonidos folklóricos del mundo, Tim buscó la proyección a otras geografías musicales y para ello se enroló en un curso universitario de etnomusicología. Agotadas las regalías de sus tempranos hits, los rumores lo sitúan trabajando de taxista y de chofer, mientras perseguía una carrera paralela de actor, guionista y escritor.
Con todo, su nervio motor siguió siendo la música. En Greetings From L.A. se reinventó como un shamán erótico y funk; la sutil austeridad de antaño reemplazada por bronces, órgano, percusiones, coros y cuerdas. La voz de Buckley, no obstante, era el centro del huracán. De hecho nunca mostró mayores recursos expresivos que en orgástico scat de “Get On Top”. Sefronia conservó la carga sensual pero le agregó un toque de misterio al repertorio propio (“Quicksand”) y una nueva dimensión a temas ajenos, como muestran sus covers de “Dolphins” (de Fred Neil, el autor de “Everybody’s Talking”) y de “Sally Go Round The Roses”, que en boca de Tim pasa de una simple canción de amor a la obsesión de un potencial predador sexual.
Europa, y en particular Inglaterra y Escandinavia, fueron un refugio artístico para Buckley ante la indiferencia que encontraba en su país. No en vano varios de los mejores testimonios de su música sobre un escenario, aparecidos pos mortem (Dream Letter, Once I Was, Morning Glory) provienen de excursiones al viejo continente. Pero su status de héroe de culto no alcanzó para cambiar la historia. El curioso sino revelador de los títulos de sus álbumes asomó de nuevo Look At the Fool, donde –por primera vez en su carrera- Buckley no parece estar en control de su producción musical. Su voz, impresionante como siempre, navega errabunda entre temas mundanos y arreglos estandarizados.
Nadie sabe bien qué pasó aquella infausta noche de junio del 75. Los testigos dicen que Buckley –que se aprestaba a dar un nuevo golpe de timón y recuperar las riendas de su carrera- estuvo en una fiesta con amigos y cedió a la tentación de aspirar algo de heroína, una droga con la que coqueteó en varios pasajes de su vida. El hecho de estar limpio de adicciones, paradójicamente, puede haber dictado su sentencia de muerte, ya que el metabolismo de Buckley se había desacostumbrado a tolerar la sustancia química.
Ese cálculo errado de una noche de celebración privó al mundo de volver a escuchar a una de las más grandes voces de la historia del rock. Un buen aporte a la teoría de que el talento se transmite con los genes lo da el hecho de que Jeff Buckley (producto de una relación casi adolescente de Tim) continuó la senda de cantautor brillante de su padre en los noventa, para extinguirse de una manera no menos trágica, arrastrado por una corriente del río Mississippi. Pero esto, como suele decirse, es otra historia.
ALBUMES ESENCIALES
Happy/Sad (1968)
Blue Afternoon (1969)
Starsailor (1970)
Greetings From LA (1972)
Sefronia (1973)
Morning Glory: The Tim Buckley Anthology (2001) (Recopilación de 2 CDs)
7 CLASICOS TIM BUCKLEY
“Strange Feelin’”
“Buzzin’ Fly”
“I Must Have Been Blind”
“Song to the Siren”
“Get On Top”
Blue Afternoon (1969)
Starsailor (1970)
Greetings From LA (1972)
Sefronia (1973)
Morning Glory: The Tim Buckley Anthology (2001) (Recopilación de 2 CDs)
7 CLASICOS TIM BUCKLEY
“Strange Feelin’”
“Buzzin’ Fly”
“I Must Have Been Blind”
“Song to the Siren”
“Get On Top”
“Honey Man”
“Dolphins”
SITUACION DE LUGAR
Otras bandas y solistas en actividad durante el apogeo de Tim Buckley: Frank Zappa, Randy Newman, Fred Neil, Little Feat, Nick Drake, John Martyn, The Incredible String Band, David Ackles, Tim Hardin, John Cale
...
Nació el : 14 de febrero de 1947 en Washington DC, USA
Murió el : 29 de junio de 1975 en Santa Mónica, California, USA
“Dolphins”
SITUACION DE LUGAR
Otras bandas y solistas en actividad durante el apogeo de Tim Buckley: Frank Zappa, Randy Newman, Fred Neil, Little Feat, Nick Drake, John Martyn, The Incredible String Band, David Ackles, Tim Hardin, John Cale
...
Nació el : 14 de febrero de 1947 en Washington DC, USA
Murió el : 29 de junio de 1975 en Santa Mónica, California, USA
5 comentarios:
No te puedo explicar cómo aluciné cuando escuché por primera vez "Starsailor"... qué gran artista, Tim Buckley!!!
Alfredo lo hiciste de nuevo, gracias por tu prosa tan distintiva dentro de la chatura del periodismo-intusos del rock-argento (puaj), quedo a la espera de más bombas aviva giles (¿Zappa podría ser la siquiente?)
Sobresaliente!, nada que enviarle a Simon Reynolds, me gustaría una nota dedicada a Tom Verlaine,
un abrazo.
perdón, quise decir "envidiarle" no "enviarle".
Soy un amante de cantantes atípicos como Tim, otros de mis favoritos son Jim Morrison y Syd Barrett. Pero como dices tú eso es arena de otro costal.
Bueno, para comprender a Tim Buckley, hace falta haber escuchado mucha música, y seguir escuchando y sin cansarse de descubrir cosas nuevas.
No puedo evitar cuando escucho mi canción favorita de Tim que es SONG OF THE MAGICIAN, derramar alguna lágrima por la guitarra cristalina que suena en este tema.
He abierto una puerta antes, con otro blog, y me he encontrado con el tuyo y muchos más.
Felicidades por el blog.
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