martes, 4 de septiembre de 2012

ROSKILDE, BABEL MUSICAL EN LA BRUMA VIKINGA



Allá por 2004 me tocó cubrir el Festival de Roskilde, Dinamarca, para revista La Mano. Ese año la programación fue espectacular, tanto por la calidad como por la variedad de los artistas, de todas las latitudes, que tomaron parte en el evento. Que lo disfruté mucho me parece que está claro en el informe que sigue. Me parece que conserva la excitación que me causó el festival en aquel momento y por eso lo elegí para Mundorosso. Ojalá lo disfruten. 

Shock cultural

            Shock cultural número uno: las ventanas de mi hotel danés no tienen persianas.  Estamos muy al norte y la noche del verano boreal dura menos que la promesa del Salariazo.  O sea que el sol entra a la pieza a las seis de la mañana, como buen astro botón que es, y tengo que hacerme sombra con ese antifaz sin agujeritos que te regalan en los aviones junto al cepillito de dientes y el mini-dentífrico.  Me siento un insomne al que le ponen la venda antes de fusilar.  Shock cultural número dos: pensaba, por experiencias previas, que las coronas danesas estaban de a diez el dólar.  El banco me espabila rápidamente: son cinco punto cinco por cada verde.  ¡Otra vez sopa!  Bueno, pero estoy en Roskilde, primer festival de rock de la Europa continental, junto a otras 90.000 almas. ¿Me voy a calentar por boludeces? ¡Por supuesto que sí!

Cambalache nórdico

            Roskilde no tiene la onda mística de Glastonbury pero es como esa tía consentidora que nos costea todos los vicios a escondidas de los viejos. Tenés de todo y eso a veces desconcierta.  Sólo 300 metros separan el blitzkrieg nu-metal de Korn en el escenario Orange de las modulaciones africanas de Oumou Sangaré, la Aretha de Mali, en el Ballroom de la world music.  También hay rincones para bandas nuevas, consagradas, promesas, regresos, afirmaciones, cultos, renegados, desenfrenados y superados.  Pero este es un festival nórdico y debo decirles que Escandinavia ama el Death metal y sus múltiples variaciones.  Veo tribus vikingas blandiendo banderas danesas, suecas y noruegas.  Forman un semi-círculo alrededor del escenario principal y de la mega-carpa llamada Arena y adoran totems metaleros como Meshuggah o Within Temptation.  Llevan un puño en alto y la mirada errante, tal vez perdida en alguna evocación de viejos raids por las costas de la Bretaña, Islandia y Groenlandia, en pos de oro, sangre y vulvas.  Hasta la marca de cerveza que auspicia el festival –Tuborg- parece el nombre de un dios de la guerra.  Sin embargo esta gente es pacífica.  “Al death metal lo quieren porque rescata el folklore vikingo; lo ven como una bandera anti-globalización.” Quien lo afirma es Gustavo, un amigo uruguayo habitué de Roskilde, que vive en Dinamarca hace más de una década.

Ciao ciao bambina, che piove piove

            Llovía en Glastonbury y llueve también en Roskilde. Finito, grueso, más grueso.  Rápido de reflejos, por una vez,  adopto la filosofía del llaverito de Cobain que pusimos en el número uno de La Mano, digo ¡chupanhué! y decido tomarme un margarita en el bar del Ballroom.  Vienen en tres gustos: frozen, kiwi y frutilla y traen una simpática sombrilla de papel glacé en tiritas.  Presiento que me voy a quedar un rato largo porque el Ballroom contiene el forró cósmico del pernambucano Silvério Pessoa y el seleccionado africano del Blues del Desierto: los finos guitarristas Afel Bocoum y Habib Koité y las damas Tartit, con sus letanías árabes y un halo de misterio. ¿Qué pensarán estas chicas? Las que no cantan tienen el velo hasta la nariz y trato en vano de extraer algun secreto de esos ojos grandes y fijos.  Los coros, la percusión y las cadencias del kora  -esa cruza de guitarra y sitar que viene de Mali- empiezan a hipnotizarme.  Pasan horas hasta que rompo el hechizo, pero sé que volveré para las puyas caribeñas de la colombiana Petrona Martínez.

El que se va sin que lo echen...

            La última onda del rock es volver del limbo y ser tu propia banda homenaje sin necesidad de grabar un nuevo álbum.  Sacás un CD de Greatest Hits, lo tranformás en el repertorio de tus recitales y listo el pollo.  A los Pixies les sale bien porque desde un principio setearon los controles para el corazón de la Generación X: riffs filosos y desmembrados, coros machacantes y letras telegramáticas; afines al margen de atención selectivo de una audiencia que creció con noticieros globales y MTV. Cada tema se funde en el siguiente. Ratatatatá, Bone Machine, Gigantic, Monkey gone to Heaven, Wave of mutilation. Tomá. Tomá. Tomá.  A Frank Black no se le cae una sonrisa.  Kim Deal contempla todo de reojo, con su rictus esquimal. La guitarra de Joey Santiago se queja como un jaguar herido. Los Pixies se fueron.  ¡Qué buenos! digo, y me quedo pensando...  Zafan también los reconstituídos Stooges de Iggy Pop, porque a esa hora la lluvia se convierte en diluvio y uno no puede menos que admirar el tupé de este cincuentón ya largo que pela bíceps, muestra la raya del culito, trepa los parlantes, vuelve empapado y se pone en cuatro patas para aullar como un perro el sempiterno “I wanna be your dog”. Si pienso que el tema “No fun” suena muy actual me voy a deprimir.  Pero no, la depresión la guardo para Santana.  La banda me recuerda a esos cantantes latinos de Grammy fácil que después de baladear féminas impresionables hasta estimular los flujos corporales, hacen un temita pseudo rock para demostrar que son cool.

Yo me amo

            ¿Franz Ferdinand?  Suenan potentes, pero la excitación me duró apenas tres números de La Mano cuando me asaltó la sospecha de que en vez de monitores preferirían tener espejos.  Los King of Leon tocan rock sureño para ellos.  No sé si respetarlos por ignorar olímpicamente a la audiencia u odiarlos por el mismo motivo.  Si, ya sé, me agarró el síndrome de agorafobia, el temible Bacilo de Festival. No hay pentagrama que me venga bien. Conozco los síntomas y sé cómo combatirlos.  Unos excelentes vermichelis al pesto cumplirán el cometido. Ahora veo por fin la marmita al final del arco iris: la verdad estaba en la carpa Pavillion.  Suenen clarines y trompetas porque el gordo de Navidad de Roskilde 2004 se lo lleva TV On the Radio, eximio combo nuevo de Brooklyn de entreveros étnicos en su alineación y música también entreverada de funk, jazz, rock y baladas psicodélicas.  Pelan bronces, guitarras y máquinas.  Piensen en audaces pirotecnias jazzísticas tipo James Blood Ulmer, metan Sly & Family Stone y Love y voilá, aparecen los temas de ese gran album que es ya un secreto a gritos, Desperate Youth, Blood Thirsty Babes.      También me fumo a las Electrelane, que vienen de Brighton, ahí, al sur de Inglaterra, donde se peleaban los Mods y los Rockers, nadie sabe por qué.  Las cuatro chicas la van de serias y circumspectas y hacen música seria y circumspecta. Me gustan. Dos postas más, por el mismo precio: Fiery Furnaces, otra parejita que piensa feo y hace un punk-folk preocupante, ladino y bello.  Y, claro, estuvieron The Shins. Vienen de Albuquerque, que suena parecido a albaricoque, y  sueltan unas armonías vocales tipo Pet Sounds que te la voglio dire.  Si logran escuchar el tema “Gone for good” de su CD Chutes Too Narrow  sin conmoverse es porque ya están en condiciones de ocupar un cargo público.  Y last but not least, Pluramon.  Tienen nombre de remedio expectorante pero estos posrockeros alemanes saben crear climas envolventes y dramáticos, sobre todo cuando la tienen de invitada a Julee Cruise, aquella socia de Angelo Badalamenti que le ponía voces a las pesadillas de Twin Peaks, ¿se acuerdan? Yo no sé qué toma Julee, pero en el Pavillion se paseó con un vestido glitter cortito -claramente inapropiado para estar del lado incorrecto de los 40- y una mirada arrobada que se pierde en el horizonte.  Sus gorjeos ininteligibles me parecieron adorables. 
            Sería un mal argentino si les ocultase que a Bajo Fondo Tango Club les fue bárbaro en Roskilde.  El lugar que les dieron en la programación parecía una broma de Les Luthiers, porque tocaron casi a las 3 de la mañana, pero la combinación de bandoneón, violín, guitarra y electrónica en sutil concuspicencia tanguera derritió el hielo nórdico y arrancó ovación y pedido de bises a los gritos.  Como le dije a Gustavo Santaolalla en el backstage ¡tengo fotos que prueban todo esto! Una para envolverse en la celeste y blanca..
           
Coda del allegro

            ¿Entonces qué?, como decía Javier Martínez.  Se va Roskilde 2004.  Un picnic  pasado por agua que puso a prueba al irredento rockero que en definitiva uno lleva dentro. 
Esta vez tuve que luchar para conectarme y sentir ese rubor de mejillas que le da sentido al brindis final, el que celebran todos los años 5.000 estoicos que se quedan a quemar las velas en el rito final de madrugada, el baile colectivo de la gran carpa Arena.  Como reza el nombre de un notable grupo de electro-pop belga, uno de los “tapados” de Roskilde: Vive la fête!     
Alfredo Rosso


5 comentarios:

Ghostwriter dijo...

Que demonios hace la Sangare en Glastonbury?

alfredorosso dijo...

Ghostwriter. Estamos hablando de Roskilde, no de Glastonbury, pero de todas formas la respuesta aplica a ambos. Tanto Roskilde como Glastonbury tienen escenarios de World Music (a falta de un término mejor), donde suele haber artistas de Africa, Asia, Medio Oriente, Latinoamérica, etc., además de rock, jazz, blues, etc.

Vicente dijo...

Alfredo, quería saber si la Casa del rock Naciente sigue en el aire... hace mucho tiempo que no consigo engancharla.
Además, hace poco publiqué mi primer libro de poesía y me gustaría saber a dónde puedo enviarte un ejemplar. Acá te paso mi correo: vicente.costantini (arr) gmail.com.

Saludos,
Vicente de La Plata

Anónimo dijo...

Impecable... Alfredo, ¿cómo puedo contactarte? ¿es por una publicación de Mendoza que estamos por lanzar? Mi e-mail es muanjanuel@yahoo.com.ar
abrazo.

Sex Shop dijo...

Muy buenooooo!!!!!!!!!