En junio de 2016 escribí esta nota sobre la cantante y autora estadounidense LUCINDA WILLIAMS para la revista Mavirock, tomando como excusa la salida de su notable álbum doble "The Ghosts of Highway 20".
LUCINDA NO
TE SUELTA
La cantautora estadounidense acuñó
una crepuscular obra maestra con The Ghosts of Highway 20.
En algún punto el artista tiene que
molestar. En algún momento debe llegar a ese punto indefinido de nuestra
sensibilidad en el que nos ponemos inquietos con lo que estamos escuchando,
porque esa frase, esa melodía, esa inflexión de la voz, tocan algo que sentimos
muy cercano y que no necesariamente nos hace sentir bien; muchas veces ocurre
justamente lo contrario. Entonces,
examinamos ese álbum como si lo viésemos y escuchásemos por primera vez y hasta
puede producirnos –en un primer momento- una sensación de rechazo. Tal vez porque estamos acostumbrados a
recompensas codificadas: en la televisión, en la prensa, en las gestas
deportivas y ¿por qué no?, en la música. La cosa va más o menos así: el medio
te dice: “yo te doy algo que te lleva en una dirección previsible (buenos
recompensados, malos castigados; amores que sufren mil peripecias pero que
llegan a buen puerto; abominables monstruos que a la larga tenían su lado
flaco, etc., etc.) y vos me das tu tesoro mayor: la suspensión de tu
incredulidad. Sabés que lo que te cuento no es verdad, pero no te conviene
desafiarlo. La vida ya es demasiado complicada…”
Pero todavía existen artistas que
molestan, como Lucinda Williams. De esos que no pisan la línea de música de
diseño ni siquiera para abrazar esa engañosa estrategia de marketing del
artista de culto torturado. Lucinda va de frente y, si tiene cuatro temas uno
detrás del otro, donde te cuenta variaciones de una misma compulsión o clavo en
el alma, bueno, ella es así. Y si transforma esas visiones (otros dirían
peroratas) en dos álbumes dobles continuados, bueno, bancátela.
Lucinda Williams nació el 26 de
enero de 1953 en Lake Charles, Louisiana, y lleva varias décadas creando una música
personal y única. Después de Ramblin’,
un disco debut de 1979 en el que honró a varios personajes legendarios del
blues, Lucinda se dedicó a escribir sus propias canciones y un trío de discos
posteriores, Happy Woman Blues, Lucinda
Williams y Sweet Old World hicieron
que la prensa se fijase seriamente en ella como una compositora con garra y un
escalpelo filoso para adentrarse en los vericuetos del alma humana. El reconocimiento masivo, sin embargo, le
llegó recién con Car Wheels on a Gravel
Road, un álbum de 1998 que la mostró abordando un espectro mucho más amplio
de géneros musicales, donde se mezclaban el rock, el blues, la música country y
los sonidos tradicionales que caen bajo el amplio paraguas del término
“Americana”. Todo esto fusionado en un estilo propio consistente, con bellas
melodías y letras de una singular sensibilidad en el tratamiento de las
relaciones amorosas y de las vicisitudes cotidianas de una persona común y
corriente. Car Wheels… le valió a la nativa de Louisiana, un premio Grammy como
“Mejor Álbum de Folk Contemporáneo” además de conquistar un Disco de Oro por
ventas superiores a 850.000 ejemplares. Lo
que vino después fue un puñado de discos notables como Essence, World Without Tears, West, Little Honey, Blessed y, en
2014, el doble Down Where the Spirit
Meets the Bone, que en cierta forma anticipó el espíritu descarnado y
no-concesivo de este nuevo disco doble aparecido en febrero de 2016, The Ghosts of Highway 20.
En su nuevo álbum, Lucinda Williams
por un lado exhibe los frutos de una bien trabajada madurez: excursiones al
campo del folk más genuino, blues que salen de las entrañas y canciones
envolventes, misteriosas e inclasificables; todo jalonadas por las sutiles
intervenciones de las guitarras de Bill Frisell y de su colega Greg Leisz. The
Ghosts of Highway 20 es una obra compleja, tanto más porque su desarrollo
melódico y su instrumentación relativamente austera sugieren una simplicidad y
uniformidad que solo existen en la superficie. Cuando uno se adentra por fin en
las profundidades de sus mensajes y su aura, es cuando este álbum doble
comienza a soltar sus revelaciones.
Ayudó al clima de oscura intimidad
confesional el hecho de que se grabara en un pequeño estudio del norte de
Hollywood, llamado Dave’s Room, cercano a la propia casa de la artista. El
dueño es amigo de Lucinda y le ofreció un precio especial. La comodidad de
trabajar en un entorno amigable a la larga dio sus frutos y una vez que la
Williams dejó fluir sus jugos creativos, el álbum doble fue cobrando forma.
A los sesenta y tres años, Lucinda
Williams ha alcanzado un equilibrio delicado entre una vitalidad artística que
desmiente al calendario y la madurez que da el paso del tiempo y una vida que
le ha dejado –como a todos- sus cicatrices.
Los últimos años, sin ir más lejos, la enfrentaron al duro trance de ver
cómo su padre, el laureado poeta Miller Williams, sucumbía al lento calvario
del Alzheimer, hasta privarlo de la capacidad de escribir. Esa circunstancia y
su posterior fallecimiento fue un golpe muy duro para Lucinda, quien sin
embargo pudo canalizar el bagaje de recuerdos, experiencias compartidas y los
diversos vericuetos de una relación padre-hija caracterizada por la comprensión
mutua y el cariño, en una serie de temas que forman la columna vertebral de The Ghosts of Highway 20. Pero la Williams fue más lejos aún: trazó una
línea conductora que abarca los recuerdos de su padre –e incluso la influencia
de su poesía en las letras de algunos temas- pero que se proyecta más lejos
todavía, en una serie de viñetas que toman al llamado Sur Profundo de los
Estados Unidos como referencia geográfica para adentrarse en los dramas de sus
personajes a menudo arquetípicos: el padre severo, golpeador y a la vez
fanáticamente religioso que asoma en “Louisiana story”; la chica desesperanzada
y vencida de “I know all about it” o el relato de una prostituta que ofrece sus
servicios como una especie de magisterio sexual para despertar el erotismo en
personajes cohibidos y pacatos (“House of earth”, letra de Woody Guthrie, nada
menos).
Escuchar The Ghosts of Highway 20 de una sentada puede resultar una
experiencia inquietante y perturbadora. La persistencia de algunos estribillos,
la voz por momentos aletargada de la Williams, los arabescos de Frisell y Leisz
subrayando los climas con precisos, leves toques de guitarra, todo contribuye a
crear una atmosfera que, a priori, puede resultar hasta opresiva. Pero como en
los cuentos de Flannery O’Connor, esos grandes testimonios de la vida en pueblo
chicos sureños, con sus prejuicios y sus personajes torvos y monocromáticos,
esta nueva obra musical de Lucinda Williams despliega una riqueza que va en
aumento en forma proporcional al compromiso del oyente en adentrarse sin red en
su universo, que tiene tanto de fascinante como de desgarrador. Uno de los grandes álbumes que nos trajo la
primera mitad del 2016.
Alfredo Rosso
Alfredo Rosso
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