Nota: Este artículo no tiene, todavía, un final, ya que fue pensado como guión de un segmento radial de mi programa La Trama Celeste, que sale los sábados, de 22 a 24 hs. por AM 750 (Internet: www.radioam750.com.ar )
Una de las características del mejor rock, del rock que más nos
emociona, es la capacidad de algunos compositores de reflejar en su música y en
sus letras a la sociedad de la que forman parte. La intención de los párrafos que siguen es
mostrar algunos tópicos en común que han tenido a través de las décadas nada
menos que Charly García y el líder de los Kinks, Ray Davies.
Los años ’60 fueron vertiginosos para la sociedad inglesa,
acostumbrada hasta entonces a un rígido código que tenía una de sus principales
bases en las diferencias de clase social.
Sin embargo, al despuntar la década del ’60 vemos a una nueva generación
que no le teme a la tradición y muy pronto los cambios se notan en la moda, en
el mundo del espectáculo, en los negocios, y –por supuesto- en el mundo de la
música, donde grupos como los Beatles, los Stones, los Who y los Kinks son el
vivo testimonio de un cambio radical en las costumbres. Ray Davies, el compositor del 95 % de los
temas de los Kinks, cantante y guitarrista rítmico, muy pronto desarrolló un
agudo ojo observador para satirizar los tics y las afectaciones de la clase
burguesa británica, como revela el tema “A well respected man”, donde Davies
nos habla de un señor muy formal, que...
“...se levanta por la mañana
/ y va a trabajar a las nueve / y vuelve a casa a las cinco y media / siempre
en el mismo tren / porque su mundo está construido en base a la puntualidad / y
nunca falla / él es tan bueno / tan refinado / tan saludable / en cuerpo y
mente / es el hombre bien respetado de esta ciudad / haciendo siempre lo mejor,
tan conservadoramente...”
Pero nuestro personaje, nuestro hombre bien respetable hace las
cosas típicas de su clase social: va a ver las regatas; compra y vende acciones...
y también tiene sus apetitos carnales. De hecho, dice la letra que “adora a la
chica de al lado, y se muere por ponerle las manos encima...” Pero no es tan fácil porque, continúa la
letra de la canción. “Su madre sabe muy bien lo que se está en juego cuando
llega el momento del matrimonio” y la idea es que le va a conseguir ella misma
la novia que le convenga. A todo esto,
el padre tiene a la empleada doméstica como amante y la mamá arroja seductoras
miradas a los jóvenes bien parecidos, en las reuniones sociales que sostiene
con cancilleres donde discute cuestiones de comercio exterior... Todo muy
respetable y muy tramposo. Eso sí, el hombre bien respetable espera su
oportunidad... La oportunidad de heredar la fortuna familiar cuando papá pase a
mejor vida. Una familia muy respetable... sin duda.
Por su parte, en el álbum debut de Sui Generis, Vida, Charly
García nos contó la historia de Natalio Ruiz, al que describe como “el
hombrecito del sombrero gris”, un hombre serio paseando por la plaza, y le
pregunta, como si lo tuviera ante sí, de qué le sirvió cuidarse tanto de la
tos, no tomar más de lo que el médico indicaba y cuidar la forma por el “qué
dirán”. Esta descripción de Charly es un
muy buen retrato de cierto sector ultra conservador de la sociedad argentina
que tuvo su momento de dominio hasta bien entrados los años ’60. El trasfondo
de aquella sociedad fue una época de gobiernos militares con veleidades
mesiánicas, viciados de toda ilegalidad,
ya que se habían levantado contra las autoridades elegidas legítimamente en
comicios democráticos.
Épocas en que la
policía irrumpía en las plazas de noche con linternas para espantar a los
amantes que se hacían mimos en los bancos, o cortaban el pelo a los rockeros
pioneros “en un Coiffeur de seccional” como decía una letra de Pedro y Pablo,
antes de darles “vacaciones por un día sin cobrarles”, como decía otra letra,
en este caso de Manal. Y los Natalio Ruiz, esos hombrecitos de sombrero gris,
eran el colchón civil de aceptación de esos abusos al ser humano, eran el
preservativo contra el cambio y la posibilidad de una sociedad
descontracturada y libre.
En otra parte de
la letra, con un floreo lírico devastador, Charly remata el retrato de “Natalio
Ruiz” preguntándole de qué le sirvió hacer el amor “cada muerte de obispo”, por
miedo a cierta tía con cara de arpía, si de todos modos fue a parar –como
tantos otros, podríamos agregar- a un lugar acorde con su alcurnia en el
cementerio de la Recoleta.
A medida que
fueron avanzando los años ’60 y se instaló en la sociedad occidental el
concepto de progreso y prosperidad, también se empezó a estimular cada vez más
el marketing del tiempo libre y las vacaciones.
Y proliferaron los paquetes de viajes y estadías, los concursos cuyo
premio era un viaje supuestamente con todo pago a parajes lejanos y playas de
arenas blancas y mares azules donde el individuo moderno podía relajar el
stress del rutinario año de oficina, el viacrucis de viajar en subterráneos y
colectivos atestados y otras delicias de las superpobladas urbes
contemporáneas. Sin embargo, el ojo perspicaz de Ray Davies no tardó en pescar
el grado de plasticidad y de estandarización que se ocultaba detrás de esos
paquetes turísticos en supuestos paraísos tropicales. Es así que el tema de los
Kinks “Holiday in Waikiki”, vacaciones en Waikiiki, cuenta la historia de un
típico inglés de clase media que se gana un viaje a Hawai y que, tras
deslumbrarse con la cordialidad y amabilidad con que en principio lo reciben,
se da cuenta que las polleras de pasto de las chicas que lo saludan con el
clásico “Haloa” están hechas de PVC, que un ukelele le sale carísimo y que
tiene que pagar hasta para nadar. Para colmo la chica que baila hula hula en la
playa y que le parecía muy típica, en realidad era de Nueva York, de madre
italiana y padre griego. “Holiday in
Waikiki” está en el álbum Face to Face,
una de las obras máximas de los Kinks, editado en 1966, contemporáneo del Revolver, de los Beatles, sin ir mas
lejos.
Por su parte, Charly García compuso una gran canción para Seru Giran que fue la que le dio título al segundo álbum de la banda, La Grasa de las Capitales, y se trata de un título que ya, de por sí, lo dice todo: el pan y circo de las grandes ciudades se asienta sobre una constelación de estrellas del espectáculo vacuas. La fama tiene su atractivo, nadie escapa a la tentación, pero, como señala la letra, el que accede a la celebridad pronto comprueba que lo tiene todo, todo… y –en el fondo- no hay nada. Entonces comprueba la futilidad de ir una y otra vez a sembrar un camino que nunca florece. Es así que al protagonista de la canción le llega el hastío y aconseja no “transar” más con los banquetes, con las radios, con la TV desgastante, con “chicas bien decoradas y viejas todas quemadas”. La conclusión es que la grasa del mal gusto, de lo chabacano, de lo frívolo inunda cual fugazzeta, y no tiene ni por asomo el rico gusto de la pizza homónima. Y como para darnos una idea de que, tristemente, este fenómeno no se producía solamente en nuestro país, Charly nos dice, ya desde el título del álbum, que esa grasa, que no se banca más, está en todas las capitales. Y uno podría agregar, en varias ciudades y pueblos, también.
Por su parte, Charly García compuso una gran canción para Seru Giran que fue la que le dio título al segundo álbum de la banda, La Grasa de las Capitales, y se trata de un título que ya, de por sí, lo dice todo: el pan y circo de las grandes ciudades se asienta sobre una constelación de estrellas del espectáculo vacuas. La fama tiene su atractivo, nadie escapa a la tentación, pero, como señala la letra, el que accede a la celebridad pronto comprueba que lo tiene todo, todo… y –en el fondo- no hay nada. Entonces comprueba la futilidad de ir una y otra vez a sembrar un camino que nunca florece. Es así que al protagonista de la canción le llega el hastío y aconseja no “transar” más con los banquetes, con las radios, con la TV desgastante, con “chicas bien decoradas y viejas todas quemadas”. La conclusión es que la grasa del mal gusto, de lo chabacano, de lo frívolo inunda cual fugazzeta, y no tiene ni por asomo el rico gusto de la pizza homónima. Y como para darnos una idea de que, tristemente, este fenómeno no se producía solamente en nuestro país, Charly nos dice, ya desde el título del álbum, que esa grasa, que no se banca más, está en todas las capitales. Y uno podría agregar, en varias ciudades y pueblos, también.
Con la llegada de
los años ’80 se produjo un recambio generacional que tuvo su reflejo en todos
los aspectos: sociales, políticos, culturales. Podría decirse que las viejas
utopías de cambio de los años ’60 desaparecieron y se vivió un culto del
individualismo, caracterizado por un nuevo énfasis en el consumo, en tratar de
hacerse rico rápidamente y sin tener demasiados escrúpulos acerca del método, y
en una consiguiente preocupación por lo relacionado con el cuerpo: los
gimnasios se multiplicaron, al igual que las cirugías estéticas, que ya dejaron
de ser patrimonio de la gente de cierta edad, creció el consumo de los
productos dietéticos de todo tipo y también de las drogas eufóricas y los
mejunjes supuestamente afrodisíacos. A esta generación se llamó en algún
momento “The Me Generation”, la generación de yo, primero y principal y delante
de todo. En aquellos días, los Kinks
grababan el que tal vez sea el último de sus álbumes clásicos, State of Confusion, una muy realista
pintura de mitad de los ’80, con una creciente sensación de inseguridad en las
calles de las grandes urbes, un colapso de los servicios públicos, crisis en las relaciones de pareja, en fin,
el final de un cierto mundo conocido y el comienzo de otro incierto. No en vano
el álbum se llamaba “Estado de Confusión”. Entre los temas notables de este
disco de los Kinks, hay uno que pescó muy bien el fenómeno de los “yuppies”,
aquellos jóvenes que, ya en sus años ’20, parecían prematuramente envejecidos:
trajeados impecablemente, políticamente alineados a la derecha y adiestrados en
el arte de hacerse ricos con la bicicleta financiera. Ray Davies los describía
muy bien en el tema “Young conservatives”, cuya letra, traducida, dice algo así:
“¿Escuchaste las noticias? / La
revolución se acabó / ahora la ira ha desaparecido / aquellos rebeldes son
ahora mucho más viejos / y las escuelas y universidades / están produciendo una
nueva raza de jóvenes conservadores ... El Sistema está venciendo / la batalla
casi ha sido ganada / los rebeldes ahora son conformistas / Mirá al padre y
ahora a los hijos / toda aquella urgencia y energía / se ha convertido en
complacencia...”
Las voces del rock nacional también se alzaron para reflejar el
nuevo fenómeno de los ’80. Sin ir más lejos, el primer álbum de Soda Stereo
hablaba de la sobredosis de TV, de la gente que quería ser parte del jet-set,
de los afrodisíacos, de las novias que ahora tenían bíceps porque iban a
levantar pesas a los gimnasios y, sí, también, de los productos dietéticos. La
pluma de Cerati no era ni apologética ni condenatoria; simplemente retrataba lo
que veía a su alrededor. En aquel
entonces, sin embargo, también Charly García puso el dedo en la llaga de los
habitantes de los ’80 en un tema que desconfiaba de todos aquellos que, en
apariencia, la tenían tan clara; los que siempre andan por la vida con la
última información y con un as en la manga para estar unos cuantos centímetros
por encima de la línea de flotación cuando arrecian las crisis. Pero al
estilete clarividente de García no se le escapaba que detrás de esa fachada de
seguridad, se escondían viejos traumas, temores, angustias... Y así lo dejó bien en claro en uno de los
grandes temas de aquel álbum clásico llamado Clics Modernos, que al igual que el State of Confusion de los Kinks, apareció en el año 1983. El tema
de Charly al que hacía alusión se llama “Bancate ese defecto”.
Pero todo análisis social está incompleto si uno no se suma a la
gran película que está filmando, si uno no puede ubicarse en el gran meollo que
está describiendo. Y en esta historia comparada de las formas en que dos
grandes compositores y músicos, como Ray Davies y Charly García han descrito la
sociedad de su lugar y de su tiempo, veremos las reacciones de ambos frente al
fenómeno de la fama en el mundo de la música y cómo reflejaron las falsas
seguridades y los caprichos que en algún momento asaltan a quien merced a su
obra artística, ha conseguido un grado alto de popularidad. Charly lo puso muy bien en un tema de su álbum
Parte de la Religión, una canción
cuyo protagonista se confiesa aislado de la problemática que tiene a su
alrededor, casi al extremo de la paranoia. El tema abría el lado dos en el
ejemplar de vinilo de aquel disco aparecido en 1987 y se llama “No voy en
tren”. La letra nos habla de un personaje que quiere llegar rápido, por eso
opta por volar, en lugar de utilizar el ferrocarril, y declara no necesitar
nadie a su alrededor…
Esta cuestión del artista aislado por su propio status, su éxito, su fama y/o su propia excentricidad es descripta también por Ray Davies en otra gran canción de los Kinks, “Sitting in my hotel”. Se trata de una auténtica confesión de madrugada de parte de un músico que no puede dormir en su cuarto de hotel y está, a altas horas, viendo series repetidas y tratando de pasar el tiempo, mientras medita acerca de su vida y su lugar en el mundo. La letra dice : “Si mis amigos pudiesen verme ahora / paseando como una estrella de cine / en un frasco de mermelada con chofer / cómo se reirían / me preguntarían quién me creo que soy / dirían que ése no soy yo / que me están usando / Sentado en mi cuarto de hotel / escondiéndome de los dramas del gran mundo / a siete pisos de altura / mirando películas de trasnoche hasta el amanecer y soñando con el campo en el verano/ Si mis amigos pudiesen verme/ me preguntarían qué es lo que quiero probar / me dirían “¿Adónde conduce todo esto? El tema está en el álbum Everybody’s in Showbiz, Everybody’s a Star, de 1972.
(continuará...)
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