martes, 4 de septiembre de 2012

ROSKILDE, BABEL MUSICAL EN LA BRUMA VIKINGA



Allá por 2004 me tocó cubrir el Festival de Roskilde, Dinamarca, para revista La Mano. Ese año la programación fue espectacular, tanto por la calidad como por la variedad de los artistas, de todas las latitudes, que tomaron parte en el evento. Que lo disfruté mucho me parece que está claro en el informe que sigue. Me parece que conserva la excitación que me causó el festival en aquel momento y por eso lo elegí para Mundorosso. Ojalá lo disfruten. 

Shock cultural

            Shock cultural número uno: las ventanas de mi hotel danés no tienen persianas.  Estamos muy al norte y la noche del verano boreal dura menos que la promesa del Salariazo.  O sea que el sol entra a la pieza a las seis de la mañana, como buen astro botón que es, y tengo que hacerme sombra con ese antifaz sin agujeritos que te regalan en los aviones junto al cepillito de dientes y el mini-dentífrico.  Me siento un insomne al que le ponen la venda antes de fusilar.  Shock cultural número dos: pensaba, por experiencias previas, que las coronas danesas estaban de a diez el dólar.  El banco me espabila rápidamente: son cinco punto cinco por cada verde.  ¡Otra vez sopa!  Bueno, pero estoy en Roskilde, primer festival de rock de la Europa continental, junto a otras 90.000 almas. ¿Me voy a calentar por boludeces? ¡Por supuesto que sí!

Cambalache nórdico

            Roskilde no tiene la onda mística de Glastonbury pero es como esa tía consentidora que nos costea todos los vicios a escondidas de los viejos. Tenés de todo y eso a veces desconcierta.  Sólo 300 metros separan el blitzkrieg nu-metal de Korn en el escenario Orange de las modulaciones africanas de Oumou Sangaré, la Aretha de Mali, en el Ballroom de la world music.  También hay rincones para bandas nuevas, consagradas, promesas, regresos, afirmaciones, cultos, renegados, desenfrenados y superados.  Pero este es un festival nórdico y debo decirles que Escandinavia ama el Death metal y sus múltiples variaciones.  Veo tribus vikingas blandiendo banderas danesas, suecas y noruegas.  Forman un semi-círculo alrededor del escenario principal y de la mega-carpa llamada Arena y adoran totems metaleros como Meshuggah o Within Temptation.  Llevan un puño en alto y la mirada errante, tal vez perdida en alguna evocación de viejos raids por las costas de la Bretaña, Islandia y Groenlandia, en pos de oro, sangre y vulvas.  Hasta la marca de cerveza que auspicia el festival –Tuborg- parece el nombre de un dios de la guerra.  Sin embargo esta gente es pacífica.  “Al death metal lo quieren porque rescata el folklore vikingo; lo ven como una bandera anti-globalización.” Quien lo afirma es Gustavo, un amigo uruguayo habitué de Roskilde, que vive en Dinamarca hace más de una década.

Ciao ciao bambina, che piove piove

            Llovía en Glastonbury y llueve también en Roskilde. Finito, grueso, más grueso.  Rápido de reflejos, por una vez,  adopto la filosofía del llaverito de Cobain que pusimos en el número uno de La Mano, digo ¡chupanhué! y decido tomarme un margarita en el bar del Ballroom.  Vienen en tres gustos: frozen, kiwi y frutilla y traen una simpática sombrilla de papel glacé en tiritas.  Presiento que me voy a quedar un rato largo porque el Ballroom contiene el forró cósmico del pernambucano Silvério Pessoa y el seleccionado africano del Blues del Desierto: los finos guitarristas Afel Bocoum y Habib Koité y las damas Tartit, con sus letanías árabes y un halo de misterio. ¿Qué pensarán estas chicas? Las que no cantan tienen el velo hasta la nariz y trato en vano de extraer algun secreto de esos ojos grandes y fijos.  Los coros, la percusión y las cadencias del kora  -esa cruza de guitarra y sitar que viene de Mali- empiezan a hipnotizarme.  Pasan horas hasta que rompo el hechizo, pero sé que volveré para las puyas caribeñas de la colombiana Petrona Martínez.

El que se va sin que lo echen...

            La última onda del rock es volver del limbo y ser tu propia banda homenaje sin necesidad de grabar un nuevo álbum.  Sacás un CD de Greatest Hits, lo tranformás en el repertorio de tus recitales y listo el pollo.  A los Pixies les sale bien porque desde un principio setearon los controles para el corazón de la Generación X: riffs filosos y desmembrados, coros machacantes y letras telegramáticas; afines al margen de atención selectivo de una audiencia que creció con noticieros globales y MTV. Cada tema se funde en el siguiente. Ratatatatá, Bone Machine, Gigantic, Monkey gone to Heaven, Wave of mutilation. Tomá. Tomá. Tomá.  A Frank Black no se le cae una sonrisa.  Kim Deal contempla todo de reojo, con su rictus esquimal. La guitarra de Joey Santiago se queja como un jaguar herido. Los Pixies se fueron.  ¡Qué buenos! digo, y me quedo pensando...  Zafan también los reconstituídos Stooges de Iggy Pop, porque a esa hora la lluvia se convierte en diluvio y uno no puede menos que admirar el tupé de este cincuentón ya largo que pela bíceps, muestra la raya del culito, trepa los parlantes, vuelve empapado y se pone en cuatro patas para aullar como un perro el sempiterno “I wanna be your dog”. Si pienso que el tema “No fun” suena muy actual me voy a deprimir.  Pero no, la depresión la guardo para Santana.  La banda me recuerda a esos cantantes latinos de Grammy fácil que después de baladear féminas impresionables hasta estimular los flujos corporales, hacen un temita pseudo rock para demostrar que son cool.

Yo me amo

            ¿Franz Ferdinand?  Suenan potentes, pero la excitación me duró apenas tres números de La Mano cuando me asaltó la sospecha de que en vez de monitores preferirían tener espejos.  Los King of Leon tocan rock sureño para ellos.  No sé si respetarlos por ignorar olímpicamente a la audiencia u odiarlos por el mismo motivo.  Si, ya sé, me agarró el síndrome de agorafobia, el temible Bacilo de Festival. No hay pentagrama que me venga bien. Conozco los síntomas y sé cómo combatirlos.  Unos excelentes vermichelis al pesto cumplirán el cometido. Ahora veo por fin la marmita al final del arco iris: la verdad estaba en la carpa Pavillion.  Suenen clarines y trompetas porque el gordo de Navidad de Roskilde 2004 se lo lleva TV On the Radio, eximio combo nuevo de Brooklyn de entreveros étnicos en su alineación y música también entreverada de funk, jazz, rock y baladas psicodélicas.  Pelan bronces, guitarras y máquinas.  Piensen en audaces pirotecnias jazzísticas tipo James Blood Ulmer, metan Sly & Family Stone y Love y voilá, aparecen los temas de ese gran album que es ya un secreto a gritos, Desperate Youth, Blood Thirsty Babes.      También me fumo a las Electrelane, que vienen de Brighton, ahí, al sur de Inglaterra, donde se peleaban los Mods y los Rockers, nadie sabe por qué.  Las cuatro chicas la van de serias y circumspectas y hacen música seria y circumspecta. Me gustan. Dos postas más, por el mismo precio: Fiery Furnaces, otra parejita que piensa feo y hace un punk-folk preocupante, ladino y bello.  Y, claro, estuvieron The Shins. Vienen de Albuquerque, que suena parecido a albaricoque, y  sueltan unas armonías vocales tipo Pet Sounds que te la voglio dire.  Si logran escuchar el tema “Gone for good” de su CD Chutes Too Narrow  sin conmoverse es porque ya están en condiciones de ocupar un cargo público.  Y last but not least, Pluramon.  Tienen nombre de remedio expectorante pero estos posrockeros alemanes saben crear climas envolventes y dramáticos, sobre todo cuando la tienen de invitada a Julee Cruise, aquella socia de Angelo Badalamenti que le ponía voces a las pesadillas de Twin Peaks, ¿se acuerdan? Yo no sé qué toma Julee, pero en el Pavillion se paseó con un vestido glitter cortito -claramente inapropiado para estar del lado incorrecto de los 40- y una mirada arrobada que se pierde en el horizonte.  Sus gorjeos ininteligibles me parecieron adorables. 
            Sería un mal argentino si les ocultase que a Bajo Fondo Tango Club les fue bárbaro en Roskilde.  El lugar que les dieron en la programación parecía una broma de Les Luthiers, porque tocaron casi a las 3 de la mañana, pero la combinación de bandoneón, violín, guitarra y electrónica en sutil concuspicencia tanguera derritió el hielo nórdico y arrancó ovación y pedido de bises a los gritos.  Como le dije a Gustavo Santaolalla en el backstage ¡tengo fotos que prueban todo esto! Una para envolverse en la celeste y blanca..
           
Coda del allegro

            ¿Entonces qué?, como decía Javier Martínez.  Se va Roskilde 2004.  Un picnic  pasado por agua que puso a prueba al irredento rockero que en definitiva uno lleva dentro. 
Esta vez tuve que luchar para conectarme y sentir ese rubor de mejillas que le da sentido al brindis final, el que celebran todos los años 5.000 estoicos que se quedan a quemar las velas en el rito final de madrugada, el baile colectivo de la gran carpa Arena.  Como reza el nombre de un notable grupo de electro-pop belga, uno de los “tapados” de Roskilde: Vive la fête!     
Alfredo Rosso


jueves, 30 de agosto de 2012

ROCK DE LA COSTA OESTE: PAZ, AMOR Y RESISTENCIA


“Ojalá que vivas en tiempos interesantes”. La frase se atribuye a una supuesta maldición china y aplica perfectamente a los turbulentos años ’60 en Estados Unidos; época en que se desata la generation gap. Esta brecha ideológica y vivencial involucraba, por un lado, a la generación de entre 45 y 60 años cuyo sistema de valores orbitaba en torno al “modo de vida norteamericano”, centrado en en apoyo a la sociedad de consumo y en la crrencia en el rol de Estados Unidos como guardián de la democracia en el mundo. En la vereda de enfrente estaban sus hijos, los llamados baby boomers. Eran los bebés de la posguerra, que ya tenían 20 años y se negaban a ir a Vietnam a pelear una guerra que sentían como ajena. La difusión de la píldora anticonceptiva había liberado sus cuerpos de la represión sexual padecida por sus mayores -el Sida estaba aún muy lejos en el horizonte-, pero la grieta era más profunda aún. Estos jóvenes no querían seguir la profesión de sus padres ni adoptar su modelo de vida ni su visión del mundo. Y como la comunicación en casa a menudo se volvía imposible, cada día eran más los adolescentes que dejaban sus hogares y se dirigían a la costa oeste del país, a buscarse una vida diferente.

 Jefferson Airplane "Surrealistic Pillow" (1967)
            

 Los más osados adhirieron a ese postulado de la contracultura que incitaba a “volver a la tierra”, a fundar una sociedad alternativa basada en comunidades agrarias autosuficientes y sin roles fijos, donde las tareas de la vida diaria fuesen compartidas por todos sus miembros. Otros simplemente se asentaron en San Francisco y se sumaron a la economía informal de la ciudad, viviendo en casas comunitarias y trabajando como artesanos, músicos y escribas del naciente periodismo alternativo, que muy pronto alumbraría revistas como Rolling Stone y Crawdaddy además de decenas de fanzines impresas por los estudiantes en los campus universitarios. Así también surgieron las primeras expresiones de la conciencia ecológica, cristalizadas en el Whole Earth Catalogue, un compendio de artículos del más diverso origen que apuntaban a todos los aspectos de la vida.

 Grateful Dead: "Live/Dead" (1970)
            El aluvión migratorio de los jóvenes, sumado a la población estable de la ciudad, potenció el desarrollo del rock de San Francisco. Salas como el Avalon, Winterland y el Fillmore se acostumbraron a la presencia de bandas emblemáticas como Jefferson Airplane, The Grateful Dead, Big Brother and the Holding Company -con Janis Joplin- y Country Joe & the Fish. Más allá de las características individuales, los diferentes grupos tenían raíces en común. Conocían el léxico del rock primigenio de Chuck Berry, como así también la rica tradición de blues y de folk del país; todo esto tamizado por el pop de los Beatles, las canciones de Bob Dylan y la literatura Beat de Jack Kerouac y Allen Ginsberg, sumada al espiritualismo de Gary Snyder.

 Country Joe & the Fish "Electric Music for the Mind and Body" (1967)
            Los grupos de San Francisco compartían de igual a igual la ideología y los valores de sus audiencias. Los recitales de los Grateful Dead -capitaneados por el guitarrista y cantante Jerry Garcia - eran un rito colectivo, un motivo de encuentro y de celebración que a menudo tomaba la forma de eventos al aire libre, con entrada gratuita, que solían durar tres o cuatro horas y que mostraban al grupo y a su audiencia en perfecta sintonía.  Jefferson Airplane se valía del encanto de la cantante Grace Slick y el talento de su guitarrista Jorma Kaukonen para denunciar las trampas de la sociedad plástica y Country Joe & the Fish matizaba su “música eléctrica para el cuerpo y la mente” con feroces manifiestos pacifistas, como el que usando la lógica inversa de un típico aviso publicitario, incitaba a los padres y madres del país a enviar sin demora sus hijos a la guerra de Vietnam, espetándoles con sarcasmo: “¡Que sea la primera su casa, en recibir de vuelta a su hijo en una caja!”.

 Spirit: "Spirit" (1967)
            La consigna generacional era liberar el cuerpo y expandir la mente, y en esa búsqueda tuvo un rol preponderante el uso de drogas psicodélicas, como la marihuana y el LSD, el polémico ácido lisérgico. El clima de ritual de los conciertos se acrecentaba –además- por el impacto visual al que contribuían las proyecciones y los juegos de luces multicolores y, en el caso de bandas como Grateful Dead o Quicksilver Messenger Service, las extensas excursiones instrumentales de sus temas llevaban al público a un clima de auténtico trance.
            El rock de Los Angeles, por su parte, mostraba otra faceta de la contracultura, más descarnada e iconoclasta. Tironeado entre su pasión por el cine de autor y su amor por la prosa quemante de Charles Baudelaire y la obra nihilista de Ferdinand Céline, Jim Morrison condujo a The Doors a bucear en la “larga noche del alma” que se escondía detrás del Gran Sueño Americano. Sus letras hablaban de autopistas que llevan al fin de la noche, de sentirse un extraño entre calles escabrosas y ajenas, del fin de los planes elaborados y de las cosas que uno da por seguras. Por su parte, Frank Zappa matizaba la mezcla de pop y música clásico-contemporánea de sus Mothers of Invention con encendidas sátiras a los “hippies de fin de semana”, pero también apuntaba a la hipócrita ambigüedad de sus padres, a quienes demandaba: “¿Alguna vez les dijeron a sus hijos que están felices de que puedan pensar por sí mismos? / ¿alguna vez les dijeron que los aman? ¿Alguna vez dejaron que los vean beber?”.

 The Mothers of Invention: "We're Only in it for the Money" (1968)
            El apogeo del rock de la Costa Oeste puede ubicarse entre esos dos festivales emblemáticos que fueron el de Monterey Pop de junio de 1967 y el de Woodstock en agosto del ’69. Mientras tanto, Estados Unidos se empantanaba más y más en los fangales de Vietnam de la mano del gobierno republicano de Richard Nixon -con su fiel consejero Henry Kissinger- y en el frente interno se acrecentaba la represión contra los “elementos indeseables” que se oponían a la versión oficial de la realidad, una escalada que alcanzaría su cenit en 1970 cuando los soldados y la guardia civil entraron a sangre y fuego en el campus universitario de Kent State para acallar una manifestación antibélica, asesinando a sangre fría a cuatro estudiantes y motivando una respuesta inmediata de Neil Young: “Vino Nixon con sus soldaditos de lata / finalmente estamos solos / este verano escuché los tambores: cuatro muertos en Ohio…”

Crosby, Stills, Nash & Young: "Déjà Vu" (1970)
            El tema “Ohio” de Crosby, Stills, Nash & Young quizás haya sido el último eslabón de un rock californiano comprometido con la problemática de su tiempo. El clima musical de los 70 ciertamente sería diferente y a medida que el rock se convertía en un gran negocio, movilizador de millones de dólares, las redes de la industria musical se orientaron más y más a la búsqueda de fórmulas ganadoras que garantizaran el fluir constante de los hits. De ser un baluarte testimonial, el rock californiano pasó a celebrarse a sí mismo. De todos modos, su gérmen inquieto y revulsivo nunca se diluyó del todo: a la vuelta de la esquina esperaba el vibrión del punk, con Black Flag y los Dead Kennedys a la cabeza. Pero eso, como suele decirse, es otra historia.

                                                                       Alfredo Rosso

West Coast rock, una discografía básica

Jefferson Airplane: “Surrealistic Pillow”
The Grateful Dead: “Live/Dead”;
Big Brother & the Holding Co. con Janis Joplin: “Cheap Thrills”
Country Joe & the Fish: “Electric Music For the Mind and Body”
Quicksilver Messenger Service: “Quicksilver Messenger Service”
Spirit: “Spirit”
The Doors: “The Doors”
Frank Zappa & the Mothers of Invention: “We’re Only In It For the Money”
Buffalo Springfield: “Buffalo Springfield”
Crosby, Stills, Nash & Young: “Déjà Vu”



viernes, 16 de marzo de 2012

FRANK ZAPPA: UNA REPENTINA SENSACIÓN

En revista La Mano, había una sección a mi cargo que se volvió mensual: ¿Cómo se hizo?, donde contábamos cómo se realizó la composición de un tema famoso o el proceso que desembocó en un álbum clásico. Hoy rescaté para Mundorosso la nota que le dedicamos a un gran álbum de Frank Zappa y The Mothers: "Overnite Sensation", editado en 1973.

Portada de "Overnite Sensation"

 
The Mothers

“Overnite Sensation”

En sus tres décadas de carrera musical, Frank Zappa encabezó varias formaciones extraordinarias y entre ellas tiene un sitial muy alto la alineación que dio forma a sus Mothers de 1973  para la grabación de un extraordinario álbum llamado Overnite Sensation. Tenía una sección rítmica funky con Ralph Humphrey en batería y Tom Fowler en bajo más la experiencia de dos avezados músicos provenientes del mundo del jazz, el tecladista George Duke y el violinista Jean-Luc Ponty. A ellos se sumaban dos virtuosos de los instrumentos de viento: el trombonista Bruce Fowler y el trompetista Sal Marquez y como si fuera poco también estaba en el barco de las Mothers el talentoso matrimonio de Ian y Ruth Underwood, expertos en varios instrumentos. ¡Ah!, y por supuesto, el gran Frank en guitarra, voz y composición. 

Frank Zappa

El repertorio de Overnite Sensation era también el más pegadizo y políticamente incorrecto que Zappa hubiese compuesto desde los comienzos de las Mothers of Invention.
“Camarillo brillo” era una sátira a una chica hippie que está un poquito chiflada, como Zappa da a entender en el título, ya que en Camarillo existe una conocida clínica para enfermos mentales. El tema “I’m the slime”, por su parte, destripaba a la televisión, llamándola “la herramienta del gobierno y de la industria / destinada darte órdenes y a controlarte”. “Y vas a hacer lo que se te diga” –advertía Zappa, transformado en siniestro locutor televisivo, “hasta que los derechos sobre vos hayan sido vendidos. No salgas a buscar ayuda: nadie te va a llevar el apunte.”
En Overnite Sensation no faltaban las canciones meramente lascivas, como “Dirty love”, con letra filosa, buen ritmo y un gran solo de Zappa.  La canción de mayor contenido erótico, sin embargo, era “Dinah Moe Humm” donde –en un marco que bordea el soul y el funk, con un pionero uso de la voz en un estilo cuasi hip-hop-  una chica le dice al protagonista que todos los hombres son una basura y le apuesta cuarenta dólares a que no la hace llegar al orgasmo. Después de varios, infructuosos intentos que la canción se ocupa de detallar, el hombre transfiere sus esfuerzos amatorios a la hermana de la desafiante (que actuaba de testigo en esta singular prueba amatoria), y es así como gana la apuesta, porque la desafiante al ver esa escena que protagoniza su hermana, llega finalmente al climax.
Otros grandes momentos de Overnite Sensation eran “Fifty fifty”, con una delirante parte vocal a cargo de Ricky Lancelotti y los no menos esotéricos coros de “Zombie woof”, tema que habla de un marginal que vive al límite y está orgulloso de ello, y que originalmente habría el lado dos en la versión de vinilo.
“Montana” fue escrito cuando Zappa vio una cajita de hilo dental en el botiquín de su baño y decidió que tenía que escribir canciones que fuesen “más específicas”. Así diseñó un tema sobre un aspirante a cowboy que quiere mudarse al remoto estado de Montana para cultivar “dental floss”, o sea la fibra del hilo dental.
Para la tapa, Zappa volvió a emplear al artista David B. McMacken, quien ya había diseñado tanto el poster como la tapa de la obra 200 Motels. El caótico dibujo de portada fue realizado de acuerdo a las especificaciones de Frank y tiene que ver con diversas situaciones por las que los músicos, plomos y manager atravesaron durante la convivencia “en el camino”.
Overnite Sensation se editó en junio de 1973 en el sello Discreet, co-propiedad de Zappa, y –además de ser un gran logro artístico- no le fue nada mal en el aspecto comercial: entró en seguida en el chart de álbumes de USA y se quedó allí cerca de un año, trepando hasta el puesto treinta y dos; el mejor desempeño de Zappa en términos de ventas hasta ese momento.

jueves, 15 de marzo de 2012

DE LA CUEVA AL PARAKULTURAL

Hace algunos años, TodaVía, la revista de OSDE, me pidió un artículo que vinculase dos décadas de gran efervescencia para el rock nacional, como fueron los '60 y los '80. Aproveché la ocasión para incluir, junto a los hechos históricos, algunas reflexiones personales de lo que representó crecer en aquellos años. El resultado fue el artículo "De la Cueva al Parakultural".

DE LA CUEVA AL PARAKULTURAL

LOS 60 : FLORES ENTRE CORCELES Y ACEROS

            El rock nacional comenzó en un bar de una Villa Gesell todavía agreste, sin marcas líderes adornando escaparates, donde Moris, Javier Martínez, Pajarito Zaguri y Pipo Lernoud le pusieron los primeros versos a un disenso existencial que en aquel entonces se llamaba rebeldía. En 1966 eras un rebelde sin causa si contestabas mal, no estudiabas, andabas por ahí con gesto huraño… en fin, si te escapas del molde. “Quedarse en el molde” era una frase muy de moda, igual que “no hagan olas”. Y de pronto, los Beatniks de Moris y Pajarito se apropian del temible mote: Rebelde me llama la gente / rebelde es mi corazón / soy libre y quieren hacerme / esclavo de una tradición.
 Esas dieciocho palabras fundaron el rock nacional, le dieron sentido, cauce, curso. Muy pronto, amparados por la noche interminable que iba de La Cueva de Pueyrredón al bar La Perla de Jujuy y Avenida Rivadavia, el temprano tren de nuestro rock sumó nuevos pasajeros: Miguel Abuelo, Litto Nebbia, Tanguito. Una madrugada, rebotando en los azulejos del baño de La Perla, se escucharon por primera vez unas estrofas emblemáticas: estoy muy solo y triste acá en este mundo de mierda. El decoro de la época transformó el remate en este mundo abandonado, pero la esencia era la misma: una generación empezaba a dejar atrás el lastre de una historia ajena. El tema pedía madera para construir una balsa…¡y naufragar! La idea era sumergirse en un océano nuevo de posibilidades, donde el desafío era escribir vos el libreto de tu vida.  El vozarrón de Javier Martínez lo articularía muy pronto en un gran tema de Manal diciendo: porque hoy nací / hoy, recién hoy, el sol me quemó / y el viento de los vivos me despertó. De repente, si eras joven y pensabas diferente, ya no estabas más solo. El rock nacional era el nexo criollo de una sinfonía de poder juvenil que se tocaba en las calles de Londres, San Francisco, París. La dictadura de Onganía se continuaría en Levingston y luego en Lanusse, pero el rock nacional ya había construido un estado dentro de otro. Por más que te cortasen el pelo a la fuerza “en un coiffeur de seccional”, como decía una letra de Miguel Cantilo, no podían invadirte el espíritu.
            En sus orígenes, el rock nacional fue una música variopinta, adornada con la osadía del que tiene todo para inventar. Almendra metió bandoneones, Arco Iris juntó saxos con bombos legüeros y los primeros Abuelos de la Nada se atrevieron a violonchelos y contracantos. Disueltos los grupos fundacionales, los exAlmendra extendieron las fronteras del rock progresivo en grupos decisivos como Aquelarre, Color Humano, Pescado Rabioso e Invisible. Litto Nebbia, ahora en plan solista, experimentaría con fusiones que lo acercarían al jazz y al folklore. Pappo se daría el gusto, por fin, de poner la piedra fundamental de su trío de blues y los antiguos miembros de Manal serían clave en ese conglomerado de rock formado en torno al cantante y productor Billy Bond: La Pesada del Rock and Roll.  Entretanto, el giro acústico de nuestro rock proponía una mayor atención al mensaje de las letras y el ejemplo más obvio es el álbum Vida, de Sui Generis. Charly García le habla a su público desde un plano de igualdad, con una clara percepción de la crisis de identidad del adolescente y su lucha por afirmarse en un mundo adulto y ajeno. La ambición artística de García y Mestre llevaría el sonido de Sui Generis a un alto nivel de sofisticación musical y de relevancia testimonial en los difíciles años por venir, una tendencia que se continuaría en bandas emblemáticas como La Máquina de Hacer Pájaros y Serú Girán.

LOS ’80 O LA GENERACIÓN DE YO

.           Para el rock nacional, la década del 80 comienza una vez finalizado el conflicto de Malvinas. Esto fue así no sólo porque el rock nacional comenzó a escucharse mucho más en la radio -aunque ya había programas de rock nacional mucho antes de los ’80- sino porque en los dieciocho meses que van desde la rendición de Puerto Argentino en junio de 1982 a las elecciones que recuperan la democracia con la presidencia del Dr.Raúl Alfonsín en diciembre del ’83 hay una verdadera explosión creativa en la Argentina. Se ve en las bellas artes, en la literatura, en el teatro, en el cine y –muy especialmente- en la música. Por todas partes brotan nuevos clubes y locales, como el Ciudadano,  Stud Free Pub, Caras Más Caras y –muy especialmente- el Einstein y el Parakultural, para dar albergue a estas nuevas manifestaciones artísticas.
            El fenómeno no es sólo porteño. En Rosario nace una nueva camada de poetas y músicos que se alinean tras la figura aglutinante del cantante Juan Carlos Baglietto. Son, entre otros, Fito Paez, Jorge Fandermole y Lalo de los Santos. Con una poesía impecable y hasta erudita, traen otra óptica y otros testimonios de esta época de cambios y esperanzas.
Entre nuestros músicos históricos, Luis Alberto Spinetta y Litto Nebbia construyen también sus propios parámetros de la realidad, enfundándolos en las particulares estelas de sus grupos de entonces, Spinetta Jade y las varias permutaciones que adoptaron las bandas del exGatos. Charly García, una vez más, hace punta reflejando la sociedad de su tiempo en una tetralogía incomparable que abarca álbumes como Yendo de la Cama al Living, Clix Modernos, Piano Bar y Parte de la Religión y acaparando buena parte de las presencias masivas en los recitales de los ’80.  Una masividad que también va in crescendo para Sumo y para los Redonditos de Ricota, que al promediar la década habrán dejado atrás el ámbito de los clubes para conquistar el habitat de los estadios cubiertos. Es también una época de desarrollo de las mujeres en el rock, con Celeste Carballo a la cabeza y una nueva camada de chicas que lideran o acompañan bandas, y que incluye a Fabiana Cantilo e Hilda Lizarazu, vinculadas a los Twist e Isabel de Sebastián y Celsa Mel Gowland, encarnando a Metropoli en la segunda mitad de la década.
            También es una era variada en términos estilísticos. Un blues urbano y a flor de piel como el de Memphis La Blusera se abre paso rápidamente, mientras que crece la popularidad del hard rock metalero que Pappo acuña con Riff y el elemento lúdico y poético que Miguel Abuelo desarrolla con la nueva encarnación de Los Abuelos de la Nada -donde hace sus primeros palotes un muy joven Andrés Calamaro- y el rock frontal de Miguel Mateos y Zas, que tendrá un flash de gloria suprema a mediados de la década, cuando su álbum Rockas Vivas supere el medio millón de copias vendidas.
            Pero buena parte de los músicos noveles que surgen en los ’80 no comulga con las metas que habían inspirado a sus hermanos mayores en décadas previas. Las utopías de cambio social habían sido sepultadas en medio de la gran masacre perpetrada por el Proceso militar –a esta altura en sus últimos pasos- pero, incluso en sociedades donde la represión no adquirió la expresión brutal que conocimos en Argentina, la voluntad transformadora de la generación de los llamados “baby boomers” estaba francamente en retirada al despuntar los ’80. Los nuevos jóvenes tienen otras prioridades. Son “The Me Generation”, la generación que se ocupa, primero y por sobre todo, de la primera persona del singular, y sus símbolos hablan por sí mismos: hay una preocupación inédita por la estética del cuerpo (aparecen los alimentos dietéticos, las cirugías correctivas, el auge de los gimnasios) y una seducción por la satisfacción inmediata que provocan drogas euforizantes como la cocaína.
            La expresión del cuerpo es un elemento central de las nuevas canciones y en la actitud que asumen los músicos en sus shows, pero este cambio no se dio de la noche a la mañana. Antes de transformarse en uno de los grandes símbolos de la nueva era, el grupo Virus desató polémicas y provocó rechazos por la forma de bailar y de conducirse en escena de su cantante Federico Moura, un decidido militante de esta nueva estética, como deja bien en claro ya desde el primer hit del grupo,“Wadu wadu”.  El rock desfachatado de Los Violadores, máximos exponentes del punk local, denuncia a la hipocresía criolla que acompañó con su silencio cómplice a la dictadura en las corrosivas estrofas de “Represión”: (Hermosas tierras de amor y paz / hermosas gentes, cordialidad / fútbol, asado y vino / esos son los gustos del pueblo argentino / Represión en la puerta de tu casa / represión en el kiosco de la esquina / represión en la panadería / represión 24 horas al día...) El humor y la sátira también son un vehículo propicio para traer a la superficie los difíciles días vividos. En “Pensé que se trataba de cieguitos”, Pipo Cipolatti y los Twist le daban una nueva vuelta de tuerca a la conocida historia de abuso policial canalizado en una detención sin motivo.
            Otro gran símbolo de la década es Soda Stereo. En su disco debut, de fines de 1984, el trío de Cerati, Zeta y Alberti trazaba todo un mapa de situación del nuevo sistema de valores de los ‘80 con títulos que lo dicen todo: Dietético”, “Mi novia tiene bícepts”, “Afrodisíacos”, “Por qué no puedo ser del Jet Set” y, no por casualidad, “Sobredosis de TV”. La televisión, que los argentinos aprendimos a ver en color desde abril de 1980, es el puntal de una revolución mediática que empieza en los ’80 y alcanza su máxima expresión en nuestros días. Con el arribo de las transmisiones por cable llegó también MTV: ya no bastaba que un grupo sonara bien; ahora también debía tener una imagen comercializadle, porque a partir de los ‘80 la música se vende a través de la pantalla chica. 
            La década del ’80 suele tener mala prensa. Se la acusa de frívola y de vacía de idealismo y sensibilidad. Pero las generalizaciones siempre son groseras: este fue también el período en que la diversidad musical derrumbó las barreras entre géneros y estilos. El rock argentino incorporó los sonidos y la estética del punk y la new wave llegados del mundo anglo y los acomodó a la realidad nacional, como demuestran los casos de Violadores y –ya en las postrimerías del decenio- Attaque 77. Otro tanto ocurrió con el reggae. Su integración sonaba algo forzada en un principio, pero el ritmo jamaiquino terminó fusionándose de un modo natural con los sonidos del rock local. Esa retracción de viejos prejuicios –que años más tarde permitiría también un acercamiento inédito al tango y al folklore- colaboró en mucho para darle al rock argentino la variedad y riqueza expresiva que ostenta hoy, un cuarto de siglo después.

                                                                                                          Alfredo Rosso

domingo, 11 de marzo de 2012

PATTI SMITH Y EL RECUERDO DE "TRAMPIN'"

En 2004, plena época de eclosión de la derecha más recalcitrante que siguió a la invasión de Irak y el apogeo del gobierno de George W. Bush, Patti Smith sacó uno de sus discos más quemantes, un testimonio de su excepcional coraje artístico y su compromiso humanista. En aquellos días me tocó hacer el comentario del álbum para revista La Mano. Es lo que sigue...

Patti Smith. Foto: Frank Stefanko
 
LA ARTISTA PIONERA DEL PUNK NEOYORQUINO PATEA EL TABLERO DEL CONFORMISMO CON UN ALBUM COLOSAL

                                   por Alfredo Rosso

“Nuestro terreno se extiende, desde el corazón de Norteamérica hasta las calles de Baghdad.
Nuestras botas están muy usadas y la mochila que llevamos sobre los hombres
está llena de lágrimas y de grano.
Nos desabrochamos los sacos,
pues la primavera se avecina y el aire está preñado de promesa.
Vamos a esparcir el oro sobre los campos
ya que es primavera, una buena época para vagabundear”.

            Cuando explotó en los 50, el rock dijo “no más”.  Basta de niños crecidos o adultos en miniatura que repetían el molde de papá y mamá en escala.  Basta de slogans de políticos mercenarios.  Elvis movió la pelvis y el mundo hizo plop.  Después Lennon, Dylan y Jagger le dieron su joie de vivre, sus manifiestos y su libido.  Más tarde, Johnny Rotten volvió a cero el contador de bilis para diluir la grasa acumulada; la de la panza y la de las capitales.  Hoy da la impresión que el mundo es ancho y ajeno.  Nadie se atrevería a afirmar, como alguna vez lo hiciera Jim Morrison “ellos tienen los cañones, pero nosotros somos mayoría, cinco a uno...”  Es más ¿quiénes son ellos?, podría preguntar algún lector.
            Patti Smith tiene claro quienes son ellos.  Los nuevos Señores de la Guerra, que cambian petróleo por sangre. Los mismos que se valieron del atentado a las Torres Gemelas para dictar un “acta patriótica” que elimina las garantías constitucionales y criminaliza el disenso en su propia tierra.  “Trampin’ “ significa “vagabundeando” y en este álbum políticamente incorrecto Patti Smith sale a vagar por el país como el folklorista Woody Guthrie, cuando llevaba al ristre una guitarra acústica con la leyenda “esta máquina mata fascistas” e iba de pueblo en pueblo buscando los otros estados unidos, recordándole al hombre común que esa tierra también era su tierra.  Así comienza el disco, con el marchoso folk-blues “Jubilee”, rememorando una instancia bíblica, una fiesta Pentecostal en la que los esclavos eran liberados. De la misma manera el tema resuena con una melodía fresca y una incitación a reclamar el goce liberador del baile colectivo: “Oh, mi tierra / oh, mi bien / gentes no sientan vergüenza / tejamos el nacimiento de la armonía / con los gritos alegres de los niños / manos con manos / bailemos juntos en una ronda de libertad”.
            “Trampin’” resulta intoxicante porque hemos perdido la fe en el poder y la resonancia de las palabras.  Insensibilizados por pantallas catódicas con su pregón de panaceas químicas sin receta y grotescos agrandamientos peneanos, nos cuesta abarcar el desafío implícito en una letra como la del rocker “Stride of the mind”.  Nos desafía a dar
un paso largo con la mente ¡nada menos!, a mudarnos “adonde los sueños crecen / adonde cada persona es una obra de arte / si querés ser considerado / como alguien diferente / si lo deseas de veras / ¡dale de frente!”
            La banda de Patti, la de siempre, la del guitarrista y memorioso periodista de rock Lenny Kaye, el otro guitarrista, Oliver Ray, el baterista Jay Dee Daugherty y el bajista Tony Shanahan siempre se me antojó un grupo competente y ajustado, pero anónimo.  Me costó entender que ésa era precisamente la idea.  Sumar, subrayar, ilustrar, a veces sugerir, otras ampliar.  Sostener el fluir de las estrofas de Patti, hacerle el aguante eléctrico y acústico.  Ampliar el marco, como una calle que se extiende al caminante y tira frondas de árbol, trinos, autos, baches, viento.

Portada de "Trampin'" 
 
            “Trampin’”: contrastes musicales; metáforas siderales.  Temas que orbitan como pequeños planetas... “Jubilee”, la tarantinesca balada “Mother Rose”, “Stride of the mind”, el oscuro fulgor de “Cash”, la calma circular de “Peaceable kingdom.”  En sus cortezas descubro un novedoso sentido de la melodía; un concentrado punch en los riffs y estribillos.  Luego caigo en la fuerza gravitacional de dos mundos paralelos y enormes.  Los nueve minutos de “Ghandi” describen un sueño de Patti donde aparecen dos cruzados de la resistencia pacífica: el patriarca hindú y el ministro negro Martin Luther King.  La Smith no cede a la tentación de hacer una simple oda : la analogía entre sus luchas pacíficas y la necesidad de oponerse a las nuevas tiranías político-mediáticas está implícita en la resonancia de las palabras: jardín sagrado, sueños, lámparas que arden, flores que caen, la naturaleza que llora. Sólo al promediar el crescendo del tema y del relato aparece un clamor en la voz de Patti: “Larga vida a la revolución / y a la rueca / y a un puñado de sal... hombre de dar / únete otra vez a los vivos / despiértate de la red donde has estado durmiendo.../Ghandi Ghandi / despiértate hombrecito / despiértate de tu sueño / y véncelos con las  multitudes.”
            “Radio Baghdad”, el otro gran mundo incandescente de “Trampin’”, contempla la guerra desde el lado de las víctimas pero, más que odio o sed de venganza, la emoción que predomina es desazón y hasta pena por la ceguera del poderoso que arrasa todo a su paso, en su demencia hegemónica.  El lamento por el esplendor perdido de antaño es a la vez una advertencia al vencedor de hoy: todos los imperios, tarde o temprano, caen.  “Ustedes vinieron de occidente / aniquilaron a un pueblo/ pero somos más viejos que ustedes / ustedes quieren robar la cuna de la civilización.../ Nosotros inventamos el cero / el número perfecto / pero no significamos nada para ustedes / Ciudad de estrellas y saber / Ciudad de ideas y de luz / Ciudad de cenizas por la que caminó el gran Califa / sus pies descalzos formaron un círculo y erigieron una ciudad / la perfecta ciudad de Baghdad...”
             “My Blakean year” pasa con la gravedad de un relato Dylaniano tipo “All along the watchtower”.  Hay un conflicto, un misterio que altera la atmósfera, la calma previa a la tempestad.  Patti también conoce los secretos de la “letra preñada”, la que deja flotando una advertencia, una velada amenaza.  En este caso se trata de una esperanza de realización personal con un requisito previo: creer en tu visión, seguirla contra viento y marea, sufrir como sufrió William Blake por la suya: “Preparate para las críticas amargas /porque  ni vida sublime / ni laberinto de riquezas / se revelarán jamás /Las hebras que sostienen la mochila del peregrino / están cosidas en la espalda Blakeana / de modo que tirá tu estúpida capa / y abrazá todo lo que temés / porque la alegría ha de conquistar toda desesperanza / en mi año Blakeano.”  
            “Trampin’” tiene rincones recoletos como el valcesito “Cartwheels”, donde Patti celebra otro tipo de misterio, el de ver crecer a su hija Jesse.  Al espiar ese pasaje a tientas entre niñez y adolescencia, la cantante pondera las alegrías, sinsabores y descubrimientos que le esperan a la muchacha en el camino.  Estos resquicios hacia el ámbito familiar y privado (la balada “Peaceable kingdom” también integra esta liga) ofrecen el contraste justo con el material más extrovertido y militante de “Trampin’”.  Un balance inusual de belleza y potencia.
             “Trampin’” es un álbum de resistencia, pero no es un panfleto.  La  resistencia de Patti Smith pasa por el humanismo, no por la ideología.  Su llamado a la acción no es un llamado a embanderarse, sino a recuperar la dignidad en la vida de todos los días.  La sensación de proporción y de sentido que empezó a perderse cuando dejamos que la maquinaria de la multimedia esparciera sobre nosotros esa sensación de que todo da lo mismo, de que todo en última instancia es entretenimiento, vacuo, inconsecuente.  Si “Trampin’” lucha contra algo, es contra la homogeneidad de la sumisión.
           
           

lunes, 5 de marzo de 2012

EL JIMI HENDRIX BÁSICO

Hace algunos meses, me tocó comentar las fantásticas reediciones que hizo el sello Sony Music de la obra básica de Jimi Hendrix, sumándole a los discos clásicos unos DVD explicativos de cómo se hicieron semejantes discos. Junto con esa serie de álbumes indispensables, Sony también había editado un nuevo álbum de sesiones inéditas de Jimi, "Valleys of Neptune" y su recordado concierto en el festival de Woodstock 1969. Lo que sigue son los comentarios que en aquel momento salieron en el blog de una conocida disquería. Ojalá les sean útiles a quienes quieren comenzar a conocer la discografía del gran músico de Seattle.

 Reediciones Jimi Hendrix

Are You Experienced (CD+DVD)
Axis Bold As Love (CD+DVD)
Electric Ladyland (CD+DVD)
Band of Gypsys (CD)
First Rays of the New Rising Sun (CD+DVD)
Experience Hendrix (CD)
Valleys of Neptune (CD)
Live at Woodstock (2xDVD)

(Todos Sony Music)

            En el 2010 se cumplieron 40 años de la temprana desaparición física de Jimi Hendrix y como suele darse en los aniversarios “redondos”, la fecha coincidió con la reedición de toda su discografía fundamental, realizada con un marco acorde a la enorme importancia del músico que marcó un antes y un después en la historia del rock. Al decir “desaparición física”, pocas veces ese tibio eufemismo para la muerte tuvo tanto de realidad. Porque Hendrix se fue sólo físicamente: es difícil imaginar un músico que siga teniendo semejante vigencia cuatro décadas más tarde. Y lo que lo vuelve especialmente importante es el hecho de que Jimi no sólo revolucionó el concepto de la guitarra eléctrica en el rock, con un estilo único, sino que –además- fue un notable compositor y letrista y un cantante sumamente expresivo. Después de aprender lo fundamental del blues, el soul, el funk y el rhythm and blues tocando como músico de acompañamiento de figuras como Little Richard, the Isley Brothers, Curtis Knight y Ike Turner, entre otros, Hendrix se animó por fin a lanzar su propia banda en la Nueva York de 1966 y allí fue descubierto por el ex bajista de los Animals, Chas Chandler, quien tuvo la suficiente visión como para llevárselo a Inglaterra, ponerle detrás una base rítmica británica (Noel Redding en bajo y Mitch Mitchell en batería) y lo demás es historia: la Jimi Hendrix Experience lanzó sobre el mundo una explosión de imaginación y adrenalina inédita y en apenas dos años, Jimi Hendrix se transformó en una de las figuras capitales en la historia del rock.
            La campaña de reediciones de Sony Music es especialmente atractiva porque los tres discos imprescindibles de Jimi Hendrix con la Experience vienen acompañados –sin un incremento irracional en el precio- por un DVD exquisito donde los protagonistas, incluidos el ingeniero histórico de Hendrix, Eddie Kramer y sus mánagers, cuentan las diferentes vicisitudes y anécdotas que rodearon la grabación de cada uno de esos discos. En el campo del sonido se respeta tanto la remasterización anterior del propio Kramer y de Georgio Marino, así como también los comentarios del libreto que traía la edición previa de Universal, pero se ha agregado un buen número de fotos de época que acrecientan el atractivo de estas reediciones.


            Are You Experienced, editado en 1967, muestra la imaginación compositiva de Hendrix comenzando a levantar vuelo. Por fortuna, los productores de esta reedición tuvieron el buen gusto de respetar el criterio previo en la selección del material, reuniendo en 17 temas las versiones inglesa y estadounidense de este primer álbum, las que originalmente diferían en algunos títulos. Aunque las grabaciones de estudio todavía no le hacían del todo justicia al potencial del grupo, este primer disco nos da una idea cabal del amplio rasgo estilístico de la Experience, del misticismo de “May this be love” y “Third stone from the sun” a la calidez de una canción suave y romántica como “The wind cries Mary”, pasando por el fuego de clásicos como “Purple haze”, “Foxey lady”, “Manic depression” y el propio “Fire”.


            Axis Bold As Love, también del ’67, muestra a una banda que encontró definitivamente su lenguaje musical. Pura magia hecha de psicodelia eléctrica. Aunque el álbum no es conceptual en el sentido clásico de la palabra, uno puede discernir un hilo conductor que recorre canciones deliciosamente articuladas como “Spanish castle magic”, “Little wing”, “Castles made of sand” y la canción que da título al álbum, unidas por letras que combinan el existencialismo joven de la época con estrofas evocativas y ensoñadas. “If 6 was 9” es el grito definitivo de independencia de un joven Hendrix que no quería estar atado a nada y lo expresaba sin pelos en la lengua, a través de una excursión lírico-musical sorprendente.


            Electric Ladyland, editado en 1968, fue el gran disco experimental de la banda. El momento en que Jimi Hendrix decidió llevar su aventura musical y poética un paso más allá. Lo notamos en ese blues cósmico llamado “Voodoo chile” –presente en dos versiones radicalmente diferentes- y en canciones que hablan de la magia, la pasión y la angustia de estar vivos, como “House burning down”, “Burning of the midnight lamp” y la tremenda, definitiva versión de “All along the watchtower”, de Bob Dylan, tan influyente que el propio Dylan, durante muchos años, adoptó el arreglo de Jimi al tocarla.  Pero Electric Ladyland va mucho más lejos, en instrumentación, en arreglos, en solos y efectos de Jimi y su guitarra, y en el amplio aporte de músicos ajenos a la Experience (como Stevie Winwood en teclados, Jack Cassidy en bajo, Chris Wood en flautas y saxos, Dave Mason en guitarra acústica) para ampliar la paleta sonora. En lo que hace a experimentación, quizás el punto más alto se halle en 1983 a merman I should turn to be, una especie de cuento de ciencia ficción oceánico-sideral en el que Hendrix nos lleva, directamente, a otra dimensión.


            Band of Gypsys fue el último disco que salió en vida de Hendrix y muestra un cambio radical en la dirección de la música. Ya disuelta la Experience, Jimi acudió a su viejo compañero del ejército, Billy Cox, para que asumiera el control del bajo, y para la batería incorporó al extrovertido Buddy Miles, que también era compositor y cantante. Con tres músicos de raza negra, Jimi se sumergió en sus raíces: por eso Band of Gypsys –grabado en vivo en la noche de Año Nuevo 1969-70- es una fervorosa celebración de blues, soul, funk y rock. Las letras pueden ser manifiestamente antibélicas, como en “Machine gun”, hablar de los cambios inevitables que trae el vivir (“Them changes”) o reflejar el ansia de un cambio social que expresaba el espíritu de la época (“Power of love”, “Message to love”). En todos los casos nos encontramos con un trío monolítico pero a la vez maleable. Virtuoso y sutil al mismo tiempo. 


            First Rays of the New Rising Sun es también un álbum imprescindible. A pesar de que fue armado “post-mortem”, sus canciones, diversas entre sí, que nos dan una idea de hacia dónde se dirigía la nueva música que Jimi Hendrix imaginaba al momento de su inesperada muerte. Parte del material fue editado en 1971 como The Cry of Love y otras canciones salieron originariamente en la banda sonora del film Rainbow Bridge. En ambos casos se trata de material de primera línea, no de retazos armados para hacer dinero fácil a expensas del ídolo caído. Refuerzan este concepto clásicos como “Freedom” (luego cubierto por el Baker-Gurvitz Army) y la deliciosa balada “Angel”, que –entre otros- grabaron Rod Stewart y Vinegar Joe, la banda donde militaban Elkie Brooks y Robert Palmer, aquel del hit “Doctor doctor”.

            Por su parte, Experience Hendrix es una muy buena recopilación que ofrece una visión global de la carrera de Jimi a través de sus temas más célebres. La única crítica que podría hacérsele es la ausencia de material de Band of Gypsys.
            La actuación de Jimi Hendrix en el festival de Woodstock ya ha entrado en el campo de la leyenda. No fue ni por lejos el mejor de sus recitales: estrenaba una banda nueva que no terminaba de ensamblarse y le tocó en suerte tocar en la mañana del cuarto día del famoso festival, cuando ya quedaba apenas el diez por ciento del medio millón de personas que supo tener en su punto álgido. Sin embargo, la dolida versión mutante del “Star Spangled Banner”, el himno de los Estados Unidos, donde Jimi transforma a su guitarra en un gran alarido de dolor y pasión, convirtió a su actuación en apoteósica. El resto lo hizo la tremenda difusión mundial de la película de Woodstock, que llevó a los ojos ansiosos de los fans de todo el mundo la actuación de Jimi, en una época –pre Internet, pre YouTube, pre giras mundiales- en que no era nada fácil tener acceso a imágenes de tus ídolos rockeros extranjeros. El DVD doble Live In Woodstock no sólo trae la actuación completa de Jimi Hendrix en el festival, sino también todo un disco de extras con –entre otras delicias- reportajes a miembros de la banda, una conferencia de prensa de Jimi brindada pocas semanas después y declaraciones del técnico Eddie Kramer acerca de la grabación del festival.


            Dejé para el final el comentario acerca del “nuevo” álbum de Jimi que acompaña esta campaña de reediciones, Valleys of Neptune. Los que somos fans de Hendrix desde que el guitarrista vivía, nos hemos acostumbrado a todo tipo de reediciones post-mortem de su material, desde álbumes valiosos como el citado First Rays of the New Rising Sun hasta ediciones sin ningún tipo de criterio, motivadas por la codicia de lucrar con el mito. Afortunadamente, Valleys of Neptune es todo un hallazgo: un compendio de grabaciones que abarcan la última etapa de la Experience y los posteriores proyectos musicales que Jimi Hendrix desarrolló en la segunda mitad de 1969. Jimi era un fanático del estudio de grabación y es por eso que aprovechaba al máximo los espacios entre las presentaciones de sus giras para experimentar con nuevo material. Valleys es un disco variopinto, donde encontramos, desde regrabaciones de clásicos como “Fire”, “Stone free”, “Bleeding heart” y “Red house” que muestran a estos temas en una nueva perspectiva, hasta composiciones totalmente inéditas como la que da título al álbum, “Mr. Bad Luck” y “Ships passing through the night” y hasta un cover del clásico de Cream “Sunshine of your love”, que la Experience tocó en repetidas ocasiones, en su última etapa.


            La reposición de la discografía básica de Jimi Hendrix y la aparición de Valleys of Neptune marcan uno de los acontecimientos musicales de los últimos tiempos.

martes, 28 de febrero de 2012

THE CURE, LA OSCURA ODISEA DE ROBERT SMITH

La llegada de la revolución punk en la segunda mitad de los años ‘70 pateó el tablero de lo que hasta entonces resultaba “aceptable” en términos de rock.  Si uno echa una mirada a la prensa musical británica de 1974 ó 75, verá que la escena estaba dominada por el rock progresivo y sinfónico de bandas como Yes, Genesis o Emerson Lake & Palmer, caracterizado por álbumes complejos, donde el virtuosismo instrumental y las obras conceptuales estaban a la orden del día. 
            En 1977, el punk se rebeló contra ese estado de cosas. Bandas como Sex Pistols, The Clash o The Damned afirmaban que, entre las grandes escenografías y las puestas grandiosas, el rock sinfónico había perdido el contacto con la gente común, con su público de base, y que había que volver a los orígenes, a la crudeza y el enfoque directo de los primeros rockers. Los punks reaccionaban, además, contra lo que describían como la inocencia del idealismo hippie. El mundo de los ‘70 se les antojaba mucho más duro y hostil.  De allí que uno de los lemas de los punks fuera el “No future” (no hay futuro), un grito de guerra anarquista enarbolado por Johnny Rotten, cantante de los Sex Pistols.
            Aunque pueda parecer limitada en objetivos, o simplista, la revolución del punk trajo un aire de renovación a toda la industria discográfica.  Pronto ese grito primal de los Pistols o de los Clash se diversificó hacia muchas direcciones, en lo que para usar un término abarcativo se conoció como New Wave.  En esa definición entraban las canciones de un cantautor renovador como Elvis Costello, el pop sofisticado de XTC y también sonidos más oscuros e indefinibles, como los de The Cure.
            The Cure nació en 1976, con el nombre de Easy Cure, cuando tres ex compañeros de escuela, el guitarrista y cantante Robert Smith, el baterista Lol Tolhurst y el bajista Michael Dempsey, decidieron formar una banda, respondiendo a un aviso que había publicado el sello holandés Hansa en el periódico Melody Maker, en busca de nuevos talentos.  Desde el principio, Smith asumió la dirección de la banda como ideólogo y compositor de casi todos los temas. El primer simple provocó controversia ya desde su título, “Killing an arab” (Matando a un árabe), ya que son pocos los que se dieron cuenta que las sensaciones de desasosiego y aislamiento que planteaba su letra eran una alegoría de la novela “L’étranger”, del escritor existencialista francés Albert Camus.


Three Imaginary Boys

Los varones no lloran

            El primer álbum de The Cure apareció en el sello Friction en abril de 1979 y se llama Three Imaginary Boys en Inglaterra y Boys Don’t Cry en Estados Unidos.  Las versiones británica y norteamericana difieren en el título, la tapa y en algunos temas del repertorio pero tienen mucho en común: un ingenioso collage de punk y pop con algún toque de psicodelia.  La versión americana incluía otro temprano single de la banda, “Boys don’t cry”, una historia de romance, culpa y remordimiento, una típica letra torturada de Robert Smith acompañada de un riff irresistible.
            Otro notable tema -que figura en ambas versiones del álbum- y que también se editó como single, era “10:15 Saturday night” (sabado a las 10 y cuarto de la noche). Una música obscura y austera es el marco de una letra obsesiva, que habla de la ansiedad de estar el sábado a la noche esperando que suene el teléfono y angustiados por el temor de quedarnos solos y desperdiciar lo que debería ser el gran momento de la semana. El elemento de rutina y repetición está presente en esa canilla de la que habla el estribillo, que no deja de gotear.  “10:15 Saturday night” tiene la impronta del Cure que se venía; ese que les ganó su reputación de grupo dark y depresivo y que se ve claramente en el terceto de álbumes que graban entre 1980 y 1982: Seventeen Seconds, Faith  y Pornography.
            Con Simon Gallup en el bajo, reemplazando a Michael Dempsey, y la incorporación de Matthieu Hartley en teclados, Seventeen Seconds conserva algo de los elementos pop del debut, pero los ritmos de sus temas son mucho más lentos y el agregado de sutiles partes de sintetizador y arreglos minimalistas ayuda a construir una atmósfera evocativa y depresiva, algo que se ve claramente en el tema “A forest” (un bosque), que bien puede estar aludiendo a la selva de la mente y sus complejas elucubraciones. 
 Seventeen Seconds

            Cuando The Cure editó Seventeen Seconds en 1980, el rock inglés estaba pasando por una etapa de transición, del fragor del punk a las múltiples posibilidades de la New Wave.  En Manchester había un grupo obsesionado también por el destino del hombre y sus penurias: Joy Division, encabezados por Ian Curtis.  Por su parte, Bauhaus llevaba la imagen dark al extremo, al punto que su cantante Peter Murphy parecía la encarnación misma de un vampiro estilizado y elegante. En un contexto más light y colorido, Adam and the Ants estaban poniendo los primeros toques al estilo New Romantic, que se emparentaba con el glam-rock en su uso de ropas exuberantes, maquillajes elaborados y ritmos cuasi-tribales.  Por otra parte había bandas como OMD y Depeche Mode que estaban dando las pinceladas iniciales de una nueva movida, el Tecno-pop, con abundante uso de sintetizadores y, más tarde, de samplers. 


Los oscuros pasillos de la mente

            The Cure tenía elementos de todos estos estilos sin abrazar ninguno en forma absoluta. Si había un elemento recurrente en su temática era el recorrido impiadoso por los paisajes más oscuros de la mente, como puede observarse en su tercer álbum, editado en 1981, al que la banda titula –no sin cierta ironía- Faith (Fe), que les dio un éxito en single con el tema “Primary”. Otro single de esta época contenía otro de los favoritos de los fans: una canción dedicada a una colegiala virginal, soñadora y solitaria, llamada “Charlotte sometimes”. El cassette de Faith incluía la pieza instrumental “Carnage Visors”, la banda sonora de un film corto de Ric Gallup, el hermano del bajista del grupo. Durante la gira de 1981, la película se pasaba antes de cada recital, a modo de introducción. Esta banda sonora también se halla en la Deluxe Edition del CD de Faith, editada en 2006.
            La etapa sombría de The Cure alcanzaría la cima con el álbum Pornography, editado en 1982, considerado como uno de los pináculos del género gótico-dark. El sonido es denso y opaco: una auténtica banda sonora para nuestra angustia existencial.  El tema central es la falta de comunicación y la alienación de la sociedad contemporánea, pero llevado siempre al plano de las relaciones interpersonales. Una buena síntesis de los climas de Pornography se encuentra en una de las canciones que mejor ha resistido el paso del tiempo y que integró durante años el repertorio escénico del grupo: “The hanging garden” -el jardín colgante- que también fue editada como single.
            Al promediar 1982 sobrevino un gigantesco cisma en los cuarteles de The Cure cuando el bajista Gallup y el tecladista Hartley dejan el grupo.  Para colmo, el líder Robert Smith, de temperamento volátil e inestable, atravesaba por una crisis de inspiración.  Desconcertado, Robert decidió poner en suspenso a The Cure por un tiempo y se unió como guitarrista a Siouxsie and the Banshees, grabando con ellos dos álbumes de estudio, A Kiss in the Dreamhouse y Hyenna, además de participar en el disco en vivo Nocturne. A Smith le quedó tiempo, además, para gestar un efímero grupo paralelo con el bajista de Siouxsie, Steve Severin.  Se dieron el nombre de The Glove, en honor al famoso Guante villano de la película Submarino Amarillo, y grabaron el álbum Blue Sunshine, editado en 1983.
            Al concluir el compromiso que unía a Robert Smith con Siouxsie & the Banshees, el cantante de the Cure se reunió con su fiel lugarteniente Lol Tolhurst, ahora tecladista de la banda, y grabó una serie de simples con el nombre de The Cure, con el aporte de ocasionales sesionistas.  Estos temas mostraban que Smith se había beneficiado con el período de “vacaciones”, ya que había vuelto con las pilas recargadas. Los nuevos singles de The Cure, “Let’s go to bed” y “The walk” revelaban un mayor dinamismo, soltura y –algo inédito hasta entonces en el grupo- un buen grado de humor, como demostraba otra de las nuevas canciones, “The lovecats”. Estos simples –y sus lados B- serían recopilados en el mini-álbum  Japanese Whispers, que fue lanzado para el mercado estadounidense por el sello Sire, en 1984.


El éxito masivo

            Con la edición del álbum The Top en mayo de 1984, The Cure volvió a funcionar como un grupo propiamente dicho. Se los notaba más profesionales y menos solemne. Al núcleo básico de Robert Smith y Lol Tolhurst se sumaban Porl Thompson en saxos y Andy Anderson en percusión y batería  La atmósfera seguía siendo densa y a menudo opresiva, como en “Shake Dog Shake” –canción con la que la banda solía comenzar sus conciertos en aquel entonces- pero The Top era, en verdad, un proyecto afirmado en la mezcla de sabores musicales, donde los temas más retorcidos se dan la mano con sorpresivas gemas pop con pimienta psicodélica, como “The caterpillar”.
            El bajista Phil Thornalley convirtió a The Cure en quinteto para un disco en vivo llamado simplemente Concert, que no contiene sobregrabaciones de ningún tipo. Poco después, The Cure se volvería inesperadamente masivo en 1985 con la edición de The Head on the Door, iniciador de una nueva etapa en la carrera de la banda.  En efecto, Smith & Cía adquieren un nuevo status en el firmamento del rock británico a partir del suceso del tema “In between days”, que llegó al decimoquinto lugar en el chart británico.  Al álbum le fue todavía mejor y trepó al puesto séptimo, el mayor logro comercial de The Cure hasta ese momento. Antes de la grabación, Andy Anderson le había dejado su lugar en la batería a Boris Williams.
            The Head on the Door marcó también un punto de inflexión en lo musical.  The Cure nunca antes había sido tan ecléctico y variado en su enfoque artístico. El aspecto visual tampoco es dejado de lado. Para ilustrar otro de los singles extractados de este larga duración, “Close to me”, la banda filmó el hilarante “clip del ropero” con el realizador Tim Pope, una presencia habitual en los videos de the Cure.
            Cuando The Head on the Door finalmente los llevó al éxito masivo, los músicos de The Cure decidieron que ya era tiempo de echar una mirada retrospectiva y el resultado fue la recopilación Standing on a Beach – The Singles, un álbum sorprendentemente coherente y abarcativo, sobre todo considerando que el repertorio recorría siete años de historia: un pasaje por toda la discografía de la banda.  Al disco le fue muy bien en Gran Bretaña y, lo que es más, los estableció como un grupo de culto, pero en la división de los grandes, en Estados Unidos.  La situación era ideal para aprovecharla con un futuro álbum de temas nuevos y eso fue justamente lo que hizo el grupo con su siguiente larga duración, Kiss Me, Kiss Me, Kiss Me, aparecido en 1987, cuya salida coincidió prácticamente con la gira mundial que trajo a The Cure a la Argentina, para brindar dos recitales en el estadio de Ferro Carril Oeste, con muy buena respuesta de público. Aquel álbum doble –hoy obtenible en un solo CD- contenía un gran clásico: el tema “Why can’t I be 
you”.



Crisis y consolidación

            A pesar del éxito internacional y las constantes giras, no todo iba bien en el campamento Cure.  En 1988 la banda decide despedir a Lol Tolhurst, al sostener que la relación del músico y el resto del grupo se había vuelto insostenible.  Fue reemplazado por el ex tecladista de Psychedelic Furs, Roger O’Donnell, justo a tiempo para la grabación del disco Disintegration, que salió en la primavera boreal de 1989 y llegó al tercer puesto en Inglaterra apuntalado por un par de simples de buena repercusión, que incluyeron al tema “Lullaby”. Tolhurst, sin embargo, llegó a tocar en algunos de los temas del nuevo álbum.
            The Cure incluso había llegado a las pistas de baile, como demuestra la edición de una recopilación de remixes, Mixed Up, editada en 1990, disco que traía también nuevo material, el tema “Never enough”.
            Mientras en Inglaterra volvía a cambiar la marea musical con el retorno de las bandas de guitarras a través de las movidas de Madchester y del Valle del Támesis, Cure seguía en la senda triunfal a principios de los 90, al punto que su siguiente larga duración, Wish, entró en el ránking inglés directamente al número uno, mientras que en Estados Unidos debutó en el segundo lugar.  Todo esto impulsado por dos hits importantes como fueron “High” y –sobre todo- “Friday, I’m in love”.  En esta época hubo nuevos cambios de integrantes (entró el tecladista Perry Bamonte en lugar de Roger O’Donnell), pero la banda no pareció sentirlos: de hecho se embarcó en una nueva macro-gira que culminó con la edición de dos álbumes en vivo, Show y Paris,  y un video documental. La banda aportó también el tema “Burn” a la película “The Crow” y el cover “Purple haze” para un disco homenaje a Jimi Hendrix, Stone Free.
            A mediados de los ’90, The Cure se tomó vacaciones.  Algunos problemas legales se sumaron a la necesidad de un merecido descanso y la banda capitaneada por Robert Smith recién volvería a los estudios de grabación en 1996 para grabar el larga duración Wild Mood Swings.  El núcleo de Smith, Thompson, Gallup y Bamonte se transformó aquí en sexteto, con el regreso del tecladista O’Donnell y la incorporación del baterista Jason Cooper en lugar de Boris Williams.  Los trabajos del nuevo álbum se alternaron con la grabación del tema “Dredd song” para la pelìcula “Judge Dredd” y de un cover del tema de David Bowie “Young Americans”, para un álbum de la cadena radial británica XFM. The Cure, además, fue número de fondo de varios festivales, incluyendo el aniversario número 25 de Glastonbury.
            Wild Mood Swings, décimo álbum de The Cure,  fue registrado en una casa de campo cerca de Bath, Inglaterra, e incluyó una sección de bronces, un cuarteto de cuerdas, una orquesta hindú y un trompetista mexicano. El álbum salió el 6 de mayo de 1996 y trepó hasta el puesto doce en las listas de Estados Unidos, impulsado por el hit “Mint car”.
            En octubre de 1997 vería la luz la segunda recopilación de The Cure, bautizada Galore: The Singles 1987-1997, cuyo título exime de mayores comentarios. Traía diecisiete hits de la etapa madura del grupo, incluyendo “Why can’t I be you”, “Just like Heaven” y “Never enough”, entre otros, y la única queja que podría esbozarse es que el único atractivo genuino para los fans que ya tenían todo este material era la presencia de un solitario tema nuevo, “Wrong number”.  El año siguiente encontró a The Cure en una variedad de proyectos, incluyendo al tema “More than this”, para el álbum de la serie X Files, y una memorable aparición de Robert Smith en el programa de cartoons South Park. 


The Cure en el nuevo milenio

            En la era del Britpop dominado por Oasis y Blur, The Cure mantuvo un bajo perfil, pero fueron uno de los primeros entre las grandes figuras en editar un álbum en el nuevo milenio.  Esto fue en febrero de 2000 y el resultado fue el larga duración Bloodflowers, al que muchos consideran como un retorno al sonido clásico de la banda, luego de la experimentación que caracterizó a su trabajo previo.  El nuevo álbum tenía todas las marcas de fábricas de The Cure: melodías lánguidas, arreglos espaciosos y letras melancólicas.  El grupo reapareció en vivo en 2001 en el prestigioso Festival de Roskilde que se realiza anualmente en esa localidad de Dinamarca. Ese año apareció una nueva recopilación, apropiadamente llamada Greatest Hits, incluyendo los singles más vendedores y también dos temas nuevos: “Cut here” y “Just say yes”.
            Durante 2002, The Cure actuó en numerosos festivales europeos, antes de ensayar para dos shows muy especiales que se realizaron en el Tempodrom, de Berlin, donde la banda tocó todos los temas de Pornography, Disintegration y Bloodflowers. Ambas actuaciones se filmaron en alta definición, con doce cámaras, para más tarde ser editadas en forma de DVD con el nombre de Trilogy.
            En un momento en que los grandes grupos del rock sacaban cajas recopilatorias de múltiples CDs, The Cure no podía ser la excepción. En el caso del grupo comandado por Robert Smith, sin embargo, el box-set se armó con inteligencia y sentido común: aparecido en enero de 2004, Join the Dots, B-Sides & Rarities 1978–2001 (The Fiction Years contiene cuatro CDs rebosantes de lados B, rarezas y otras perlas de toda la carrera del grupo. En junio de ese mismo año saldría un nuevo álbum, titulado simplemente The Cure, como si la banda deseara establecer de nuevo su identidad musical en el siglo XXI. Esta nueva personalidad de The Cure los muestra algo más relajados con respecto al clasicismo gótico de Bloodflowers. La nueva obra no tenía la unidad temática o musical que suele distinguir a los discos del grupo pero ofrecía, en cambio, un puñado de temas de arreglos bien estructurados, como “The end of the world”, con su atractivo impulso pop, y una pequeña gema épica como final: The promise”.
            En octubre de 2008 apareció 4:13Dream, el último álbum editado por The Cure hasta el presente. Más allá del  romanticismo fatalista de “Underneath the stars”, la canción que inicia el disco, el detalle saliente de 4:13Dream es la persistente orientación pop del resto del material, combinada con el habitual enfoque melancólico de las letras. El problema es que, a pesar de un par de melodías atractivas y arreglos bien trabajados (“The only one”, “The reasons why”), el repertorio suena demasiado a la noción convencional de cómo debería sonar un disco de The Cure, sin muchas sorpresas. El decimotercer álbum del grupo fue pensado originariamente como un doble, ya que Smith había compuesto más de treinta temas para el mismo, pero esa idea finalmente se descartó. A esta altura la banda era de nuevo un cuarteto, con Smith en guitarra, voz e instrumentos varios, Porl Thompson en guitarra, Simon Gallup en bajo y Jason Cooper en batería.

             El dilema que se le plantea a The Cure a esta altura de su carrera -algo común a toda banda con historia y con un sonido clásico que lo identifica- es cómo replantear su dirección musical para tener relevancia ante las jóvenes audiencias sin alienar a su público tradicional. The Cure tiene a su favor una amplia herencia: buena parte del rock del siglo XXI, desde el latido Emo de My Chemical Romance a los devaneos dark de Editors, The Horros o White Lies, pasando por los momentos más introspectivos de grupos como Elbow, tiene rastros de The Cure en su ADN musical. Resta comprobar si la banda consigue extraer de su interior, una vez más, la fuerza renovadora que impulsó cambios de timón exitosos como The Head on the Door o Wish, que le dieron un nuevo impulso vital cuando pocos creían en ellos. Hay motivos para ser optimistas, ya que pocos grupos gestados en los albores de la revolución punk han mantenido un atractivo tan sólido o ejercido una influencia tan duradera como la del grupo guiado a través de cuatro décadas por la visión musical y poética de Robert Smith, uno de los personajes claves del rock contemporáneo.


Los remasters del 2006

            La discografía clásica de The Cure fue incluída en la serie “Deluxe Edition” del sello Universal en 2006 y a partir de entonces se reeditaron álbumes claves de su discografía con un CD extra que trae varias perlas ocultas buscadas por sus fans en la forma de lados B, demos, temas en vivo, etc.,  además de un librito con fotos y detalladas explicaciones sobre la época y las circunstancias de cada disco.
            Los álbumes que recibieron este tratamiento, hasta el momento, han sido Three Imaginary Boys, Seventeen Seconds, Faith, The Top, The Head on the Door, Kiss Me Kiss me Kiss Me y Disintegration. En el caso de Disintegration se trata de un álbum triple: el CD 2 es el acostumbrado disco de rarezas, mientras que el tercero trae una versión remixada del álbum en vivo de 1989 Entreat, titulada Entreat Plus.

¡Paren las prensas!: Mientras editaba esta nota, me enteré de la reciente edición del álbum doble en vivo "Bestival Live 2011", que registra la actuación de The Cure en dicho festival inglés, el año pasado. A modo de epílogo, aquí va la portada...