miércoles, 30 de mayo de 2018

LUCINDA NO TE SUELTA


En junio de 2016 escribí esta nota sobre la cantante y autora estadounidense LUCINDA WILLIAMS para la revista Mavirock, tomando como excusa la salida de su notable álbum doble "The Ghosts of Highway 20". 


LUCINDA NO TE SUELTA

La cantautora estadounidense acuñó una crepuscular obra maestra con The Ghosts of Highway 20.  
            

               En algún punto el artista tiene que molestar. En algún momento debe llegar a ese punto indefinido de nuestra sensibilidad en el que nos ponemos inquietos con lo que estamos escuchando, porque esa frase, esa melodía, esa inflexión de la voz, tocan algo que sentimos muy cercano y que no necesariamente nos hace sentir bien; muchas veces ocurre justamente lo contrario.  Entonces, examinamos ese álbum como si lo viésemos y escuchásemos por primera vez y hasta puede producirnos –en un primer momento- una sensación de rechazo.  Tal vez porque estamos acostumbrados a recompensas codificadas: en la televisión, en la prensa, en las gestas deportivas y ¿por qué no?, en la música. La cosa va más o menos así: el medio te dice: “yo te doy algo que te lleva en una dirección previsible (buenos recompensados, malos castigados; amores que sufren mil peripecias pero que llegan a buen puerto; abominables monstruos que a la larga tenían su lado flaco, etc., etc.) y vos me das tu tesoro mayor: la suspensión de tu incredulidad. Sabés que lo que te cuento no es verdad, pero no te conviene desafiarlo. La vida ya es demasiado complicada…”

            Pero todavía existen artistas que molestan, como Lucinda Williams. De esos que no pisan la línea de música de diseño ni siquiera para abrazar esa engañosa estrategia de marketing del artista de culto torturado. Lucinda va de frente y, si tiene cuatro temas uno detrás del otro, donde te cuenta variaciones de una misma compulsión o clavo en el alma, bueno, ella es así. Y si transforma esas visiones (otros dirían peroratas) en dos álbumes dobles continuados, bueno, bancátela.

            Lucinda Williams nació el 26 de enero de 1953 en Lake Charles, Louisiana, y lleva varias décadas creando una música personal y única. Después de Ramblin’, un disco debut de 1979 en el que honró a varios personajes legendarios del blues, Lucinda se dedicó a escribir sus propias canciones y un trío de discos posteriores, Happy Woman Blues, Lucinda Williams y Sweet Old World hicieron que la prensa se fijase seriamente en ella como una compositora con garra y un escalpelo filoso para adentrarse en los vericuetos del alma humana.  El reconocimiento masivo, sin embargo, le llegó recién con Car Wheels on a Gravel Road, un álbum de 1998 que la mostró abordando un espectro mucho más amplio de géneros musicales, donde se mezclaban el rock, el blues, la música country y los sonidos tradicionales que caen bajo el amplio paraguas del término “Americana”. Todo esto fusionado en un estilo propio consistente, con bellas melodías y letras de una singular sensibilidad en el tratamiento de las relaciones amorosas y de las vicisitudes cotidianas de una persona común y corriente.  Car Wheels… le valió a la nativa de Louisiana, un premio Grammy como “Mejor Álbum de Folk Contemporáneo” además de conquistar un Disco de Oro por ventas superiores a 850.000 ejemplares.  Lo que vino después fue un puñado de discos notables como Essence, World Without Tears, West, Little Honey, Blessed y, en 2014, el doble Down Where the Spirit Meets the Bone, que en cierta forma anticipó el espíritu descarnado y no-concesivo de este nuevo disco doble aparecido en febrero de 2016, The Ghosts of Highway 20.




            En su nuevo álbum, Lucinda Williams por un lado exhibe los frutos de una bien trabajada madurez: excursiones al campo del folk más genuino, blues que salen de las entrañas y canciones envolventes, misteriosas e inclasificables; todo jalonadas por las sutiles intervenciones de las guitarras de Bill Frisell y de su colega Greg Leisz.  The Ghosts of Highway 20 es una obra compleja, tanto más porque su desarrollo melódico y su instrumentación relativamente austera sugieren una simplicidad y uniformidad que solo existen en la superficie. Cuando uno se adentra por fin en las profundidades de sus mensajes y su aura, es cuando este álbum doble comienza a soltar sus revelaciones.

            Ayudó al clima de oscura intimidad confesional el hecho de que se grabara en un pequeño estudio del norte de Hollywood, llamado Dave’s Room, cercano a la propia casa de la artista. El dueño es amigo de Lucinda y le ofreció un precio especial. La comodidad de trabajar en un entorno amigable a la larga dio sus frutos y una vez que la Williams dejó fluir sus jugos creativos, el álbum doble fue cobrando forma.

            A los sesenta y tres años, Lucinda Williams ha alcanzado un equilibrio delicado entre una vitalidad artística que desmiente al calendario y la madurez que da el paso del tiempo y una vida que le ha dejado –como a todos- sus cicatrices.  Los últimos años, sin ir más lejos, la enfrentaron al duro trance de ver cómo su padre, el laureado poeta Miller Williams, sucumbía al lento calvario del Alzheimer, hasta privarlo de la capacidad de escribir. Esa circunstancia y su posterior fallecimiento fue un golpe muy duro para Lucinda, quien sin embargo pudo canalizar el bagaje de recuerdos, experiencias compartidas y los diversos vericuetos de una relación padre-hija caracterizada por la comprensión mutua y el cariño, en una serie de temas que forman la columna vertebral de The Ghosts of Highway 20.  Pero la Williams fue más lejos aún: trazó una línea conductora que abarca los recuerdos de su padre –e incluso la influencia de su poesía en las letras de algunos temas- pero que se proyecta más lejos todavía, en una serie de viñetas que toman al llamado Sur Profundo de los Estados Unidos como referencia geográfica para adentrarse en los dramas de sus personajes a menudo arquetípicos: el padre severo, golpeador y a la vez fanáticamente religioso que asoma en “Louisiana story”; la chica desesperanzada y vencida de “I know all about it” o el relato de una prostituta que ofrece sus servicios como una especie de magisterio sexual para despertar el erotismo en personajes cohibidos y pacatos (“House of earth”, letra de Woody Guthrie, nada menos). 

            Escuchar The Ghosts of Highway 20 de una sentada puede resultar una experiencia inquietante y perturbadora. La persistencia de algunos estribillos, la voz por momentos aletargada de la Williams, los arabescos de Frisell y Leisz subrayando los climas con precisos, leves toques de guitarra, todo contribuye a crear una atmosfera que, a priori, puede resultar hasta opresiva. Pero como en los cuentos de Flannery O’Connor, esos grandes testimonios de la vida en pueblo chicos sureños, con sus prejuicios y sus personajes torvos y monocromáticos, esta nueva obra musical de Lucinda Williams despliega una riqueza que va en aumento en forma proporcional al compromiso del oyente en adentrarse sin red en su universo, que tiene tanto de fascinante como de desgarrador.  Uno de los grandes álbumes que nos trajo la primera mitad del 2016.

                                                                                              Alfredo Rosso