martes, 7 de febrero de 2012

SAUL BELLOW: EL REBELDE CIUDADANO


Este texto formó parte de un artículo de despedida al gran escritor, fallecido a los 89 años el 5 de abril de 2005, que se publicó en revista La Mano.

Conocí a Saul Bellow cuando nos dieron a leer Herzog en el curso de Lengua III del profesorado de inglés al que asistía, a principios de los años ’80, y me bebí ese libro con el tipo de sed que sólo puede tener un peregrino que vagó mucho tiempo por el desierto.  ¿Cómo no amar a un personaje que empieza el libro diciendo “No me importa si estoy loco”?  Aquí la eterna discusión sobre hasta qué punto los protagonistas de una obra de ficción guardan mayor o menor semejanza con el tirititero que les da vida literaria carece de sentido, porque todos los (anti)héroes de la prosa de este canadiense que hizo de Chicago su patria chica tienen la impronta ya no de Saul Bellow, escritor, sino de una especie amenazada que floreció en la segunda mitad del siglo XX: el hombre humanista.  Si el término suena a redundancia, déjenme decirles que no lo es.  El homo-sapiens que Bellow suelta por las calles y avenidas de su amada “ciudad ventosa” en The adventures of Augie March, el que espera una señal que altere el curso de su vida en Dangling man o el que remonta la selva africana en Henderson, the rain king en pleno cortocircuito existencial, tienen en común una instintiva visión crítica del mundo.
            Todos ellos conocen el catecismo del inmigrante y sus ansias de progreso alimentadas por el Gran Sueño Americano.  En la abundancia de la posguerra, la medida de un hombre son sus posesiones; ese parece ser el mensaje indeleble en las calles de las grandes urbes de Estados Unidos. Pero para cambiar seguido de ropa, de auto y de casa, a menudo hay que cambiar también de credo, de lealtades y de principios, y es aquí donde resuena el clarín y se oye el grito de batalla, el “no pasarán” que pronuncian todos los protagonistas de Bellow, aunque disimulen su resistencia bajo un barniz de mansedumbre.  “La vida de un hombre no es un negocio”, dice Herzog, en una de las tantas cartas a personajes vivos y muertos que escribe compulsivamente, en medio del huracán emocional desatado por el colapso de su segundo matrimonio.  Esa es la clave que transforma a Herzog en el personaje prototípico de Bellow: el afán de darse de bruces contra el mundo, de desafiar las leyes de la sociedad y hasta de la cordura por no traicionar algo que cala más hondo que el status o las convenciones sociales: la conciencia de uno mismo y del Misterio, ese que pone todo lo demás en perspectiva; la pregunta “medianamente importante” a la que alude aquella canción de Incredible String Band: ¿De dónde venimos? ¿De qué formamos parte? Y a la lista de interrogantes podríamos agregar, ¿cómo conducirnos dignamente mientras arrendamos por un rato un lugarcito en la superficie del tercer planeta del sistema solar, con el peso de nuestras herencias ancestrales y esa corteza/coraza cotidiana que llevamos a cuestas pa’ que nos libre de todo mal, como diría Rubén Blades?
            Saul Bellow tenía el don, ese valor agregado que atesoramos en un puñado de escritores que siguen afectando e informando nuestras vidas, aún mucho después de que hemos cerrado sus libros, porque las vivencias de las que nos han hecho testigos tienen un sesgo universal. 
                                                                                  Alfredo Rosso






1 comentario:

gustavo greco dijo...

Alfredo, qué bueno compartir contigo la admiración por Bellow.A Herzog lo leí en una etapa dificil, y me sentí identificado con ese perdedor; incluso con su renacimiento en la casa en un lugar agreste, que en mi caso fue en un alpino en el bosque Peralta Ramos en Mar del Plata. Abrazo. Gustavo.