Allá por 2004 me tocó cubrir el Festival de Roskilde, Dinamarca, para revista La Mano. Ese año la programación fue espectacular, tanto por la calidad como por la variedad de los artistas, de todas las latitudes, que tomaron parte en el evento. Que lo disfruté mucho me parece que está claro en el informe que sigue. Me parece que conserva la excitación que me causó el festival en aquel momento y por eso lo elegí para Mundorosso. Ojalá lo disfruten.
Shock cultural
Shock cultural número uno: las
ventanas de mi hotel danés no tienen persianas.
Estamos muy al norte y la noche del verano boreal dura menos que la
promesa del Salariazo. O sea que el sol
entra a la pieza a las seis de la mañana, como buen astro botón que es, y tengo
que hacerme sombra con ese antifaz sin agujeritos que te regalan en los aviones
junto al cepillito de dientes y el mini-dentífrico. Me siento un insomne al que le ponen la venda
antes de fusilar. Shock cultural número
dos: pensaba, por experiencias previas, que las coronas danesas estaban de a
diez el dólar. El banco me espabila
rápidamente: son cinco punto cinco por cada verde. ¡Otra vez sopa! Bueno, pero estoy en Roskilde, primer
festival de rock de la Europa continental, junto a otras 90.000 almas. ¿Me voy
a calentar por boludeces? ¡Por supuesto que sí!
Cambalache nórdico
Roskilde no tiene la onda mística de
Glastonbury pero es como esa tía consentidora que nos costea todos los vicios a
escondidas de los viejos. Tenés de todo y eso a veces desconcierta. Sólo 300 metros separan el blitzkrieg
nu-metal de Korn en el escenario
Orange de las modulaciones africanas de Oumou
Sangaré, la Aretha de Mali, en el Ballroom de la world music. También hay rincones para bandas nuevas,
consagradas, promesas, regresos, afirmaciones, cultos, renegados, desenfrenados
y superados. Pero este es un festival
nórdico y debo decirles que Escandinavia ama el Death metal y sus múltiples
variaciones. Veo tribus vikingas
blandiendo banderas danesas, suecas y noruegas.
Forman un semi-círculo alrededor del escenario principal y de la
mega-carpa llamada Arena y adoran totems metaleros como Meshuggah o Within
Temptation. Llevan un puño en alto y la
mirada errante, tal vez perdida en alguna evocación de viejos raids por las
costas de la Bretaña, Islandia y Groenlandia, en pos de oro, sangre y vulvas. Hasta la marca de cerveza que auspicia el
festival –Tuborg- parece el nombre de un dios de la guerra. Sin embargo esta gente es pacífica. “Al death metal lo quieren porque rescata el
folklore vikingo; lo ven como una bandera anti-globalización.” Quien lo afirma
es Gustavo, un amigo uruguayo habitué de Roskilde, que vive en Dinamarca hace
más de una década.
Ciao ciao bambina, che piove piove
Llovía en Glastonbury y llueve
también en Roskilde. Finito, grueso, más grueso. Rápido de reflejos, por una vez, adopto la filosofía del llaverito de Cobain
que pusimos en el número uno de La Mano, digo ¡chupanhué! y decido tomarme un
margarita en el bar del Ballroom. Vienen
en tres gustos: frozen, kiwi y frutilla y traen una simpática sombrilla de
papel glacé en tiritas. Presiento que me
voy a quedar un rato largo porque el Ballroom contiene el forró cósmico del pernambucano
Silvério Pessoa y el seleccionado
africano del Blues del Desierto: los finos guitarristas Afel Bocoum y Habib Koité
y las damas Tartit, con sus letanías
árabes y un halo de misterio. ¿Qué pensarán estas chicas? Las que no cantan
tienen el velo hasta la nariz y trato en vano de extraer algun secreto de esos
ojos grandes y fijos. Los coros, la
percusión y las cadencias del kora -esa
cruza de guitarra y sitar que viene de Mali- empiezan a hipnotizarme. Pasan horas hasta que rompo el hechizo, pero sé
que volveré para las puyas caribeñas de la colombiana Petrona Martínez.
El que se va sin que lo echen...
La última onda del rock es volver
del limbo y ser tu propia banda homenaje sin necesidad de grabar un nuevo
álbum. Sacás un CD de Greatest Hits, lo
tranformás en el repertorio de tus recitales y listo el pollo. A los Pixies
les sale bien porque desde un principio setearon los controles para el
corazón de la Generación
X: riffs filosos y desmembrados, coros machacantes y letras telegramáticas;
afines al margen de atención selectivo de una audiencia que creció con
noticieros globales y MTV. Cada tema se funde en el siguiente. Ratatatatá, Bone Machine, Gigantic,
Monkey gone to Heaven, Wave of mutilation. Tomá. Tomá. Tomá. A Frank Black no se le cae una sonrisa. Kim Deal contempla todo de reojo, con su
rictus esquimal. La guitarra de Joey Santiago se queja como un jaguar herido.
Los Pixies se fueron. ¡Qué buenos! digo,
y me quedo pensando... Zafan también los
reconstituídos Stooges de Iggy Pop, porque a esa hora la lluvia
se convierte en diluvio y uno no puede menos que admirar el tupé de este
cincuentón ya largo que pela bíceps, muestra la raya del culito, trepa los
parlantes, vuelve empapado y se pone en cuatro patas para aullar como un perro
el sempiterno “I wanna be your dog”. Si pienso que el tema “No fun” suena muy
actual me voy a deprimir. Pero no, la
depresión la guardo para Santana. La banda me recuerda a esos cantantes
latinos de Grammy fácil que después de baladear féminas impresionables hasta
estimular los flujos corporales, hacen un temita pseudo rock para demostrar que
son cool.
Yo
me amo
¿Franz Ferdinand? Suenan potentes, pero la excitación me duró
apenas tres números de La Mano cuando me asaltó la sospecha de que en vez de
monitores preferirían tener espejos. Los
King of Leon tocan rock sureño para
ellos. No sé si respetarlos por ignorar
olímpicamente a la audiencia u odiarlos por el mismo motivo. Si, ya sé, me agarró el síndrome de
agorafobia, el temible Bacilo de Festival. No hay pentagrama que me venga bien.
Conozco los síntomas y sé cómo combatirlos.
Unos excelentes vermichelis al pesto cumplirán el cometido. Ahora veo
por fin la marmita al final del arco iris: la verdad estaba en la carpa
Pavillion. Suenen clarines y trompetas
porque el gordo de Navidad de Roskilde 2004 se lo lleva TV On the Radio, eximio combo nuevo de Brooklyn de entreveros
étnicos en su alineación y música también entreverada de funk, jazz, rock y
baladas psicodélicas. Pelan bronces,
guitarras y máquinas. Piensen en audaces
pirotecnias jazzísticas tipo James Blood Ulmer, metan Sly & Family Stone y
Love y voilá, aparecen los temas de ese gran album que es ya un secreto a
gritos, Desperate Youth, Blood Thirsty
Babes. También me fumo a las Electrelane, que vienen de Brighton,
ahí, al sur de Inglaterra, donde se peleaban los Mods y los Rockers, nadie sabe
por qué. Las cuatro chicas la van de
serias y circumspectas y hacen música seria y circumspecta. Me gustan. Dos
postas más, por el mismo precio: Fiery
Furnaces, otra parejita que piensa feo y hace un punk-folk preocupante,
ladino y bello. Y, claro, estuvieron The Shins. Vienen de Albuquerque, que
suena parecido a albaricoque, y sueltan
unas armonías vocales tipo Pet Sounds
que te la voglio dire. Si logran
escuchar el tema “Gone for good” de su CD Chutes
Too Narrow sin conmoverse es porque
ya están en condiciones de ocupar un cargo público. Y last but not least, Pluramon. Tienen nombre de
remedio expectorante pero estos posrockeros alemanes saben crear climas envolventes
y dramáticos, sobre todo cuando la tienen de invitada a Julee Cruise, aquella socia de Angelo Badalamenti que le ponía voces
a las pesadillas de Twin Peaks, ¿se acuerdan? Yo no sé qué toma Julee, pero en
el Pavillion se paseó con un vestido glitter cortito -claramente inapropiado
para estar del lado incorrecto de los 40- y una mirada arrobada que se pierde
en el horizonte. Sus gorjeos
ininteligibles me parecieron adorables.
Sería un
mal argentino si les ocultase que a Bajo
Fondo Tango Club les fue bárbaro en Roskilde. El lugar que les dieron en la programación
parecía una broma de Les Luthiers, porque tocaron casi a las 3 de la mañana,
pero la combinación de bandoneón, violín, guitarra y electrónica en sutil
concuspicencia tanguera derritió el hielo nórdico y arrancó ovación y pedido de
bises a los gritos. Como le dije a
Gustavo Santaolalla en el backstage ¡tengo fotos que prueban todo esto! Una
para envolverse en la celeste y blanca..
Coda
del allegro
¿Entonces
qué?, como decía Javier Martínez. Se va
Roskilde 2004. Un picnic pasado por agua que puso a prueba al irredento
rockero que en definitiva uno lleva dentro.
Esta vez tuve que luchar para conectarme y
sentir ese rubor de mejillas que le da sentido al brindis final, el que
celebran todos los años 5.000 estoicos que se quedan a quemar las velas en el
rito final de madrugada, el baile colectivo de la gran carpa Arena. Como reza el nombre de un notable grupo de
electro-pop belga, uno de los “tapados” de Roskilde: Vive la fête!
Alfredo Rosso
5 comentarios:
Que demonios hace la Sangare en Glastonbury?
Ghostwriter. Estamos hablando de Roskilde, no de Glastonbury, pero de todas formas la respuesta aplica a ambos. Tanto Roskilde como Glastonbury tienen escenarios de World Music (a falta de un término mejor), donde suele haber artistas de Africa, Asia, Medio Oriente, Latinoamérica, etc., además de rock, jazz, blues, etc.
Alfredo, quería saber si la Casa del rock Naciente sigue en el aire... hace mucho tiempo que no consigo engancharla.
Además, hace poco publiqué mi primer libro de poesía y me gustaría saber a dónde puedo enviarte un ejemplar. Acá te paso mi correo: vicente.costantini (arr) gmail.com.
Saludos,
Vicente de La Plata
Impecable... Alfredo, ¿cómo puedo contactarte? ¿es por una publicación de Mendoza que estamos por lanzar? Mi e-mail es muanjanuel@yahoo.com.ar
abrazo.
Muy buenooooo!!!!!!!!!
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