Esta nota salió originariamente en revista La Mano, bastante editada. Esta es la versión original. De todas maneras, los ejemplos que siguen son solo algunas de las muchas instancias en que el rock y la literatura han cruzado sus caminos.
En épocas pasadas, el rock y los libros parecían llevarse como el agua y el aceite. O por lo menos eso creíamos, si nos basábamos en la típica escaramuza hogareña que ponía de manifiesto la brecha generacional, cuando un padre o una madre –en forma categórica- instaban a su retoño a dejar tranquilo por un rato la guitarrita o el tocadiscos y a sumergirse en el mundo de los textos escolares.
Sin embargo, cuando analizamos la cuestión más detenidamente, vemos que el rock, casi desde sus albores, abundó en referencias literarias. Veamos unos pocos ejemplos.
Si nos metemos en el campo de los clásicos, la sola mención a los textos bíblicos dentro del rock bastaría para llenar varias páginas, desde el “Adam and Eve” que interpretaba Paul Anka hasta la mismísima obra conceptual La Biblia de nuestros Vox Dei, pasando por decenas de alusiones al “Libro de los Libros” que podemos encontrar en la discografía de Bob Dylan.
El nombre de The Doors provenía de dos fuentes distintas, del libro The doors of perception, de Aldoux Huxley y de William Blake, a quien se atribuye la frase: “si las puertas de la percepción fueran abiertas, el hombre percibiría todas las cosas tal como son, infinitas.” Jim Morrison, un gran amante de los libros, se inspiró sin ir más lejos en el francés Louis-Ferdinand Céline para su tema “End of the night”.
“Tomorrow never knows”, de los Beatles, está basado en el libro The psychedelic experience, de Timothy Leary y Richard Alpert, dos gurúes de la contracultura y apólogos del uso místico del LSD, que a su vez fueron influenciados por el Bardo Thodol, también conocido como El libro tibetano de los muertos, escrito por Padma Sambhava, fundador del Lamaísmo. El tema de la expansión de la mente por vías químicas también está presente en el hit de Jefferson Airplane “White rabbit”, basado en Alicia en el país de las maravillas y Alicia a través del espejo, de Lewis Carroll. Charly García también usó las imágenes de Lewis Carroll para comentar la realidad argentina en tiempos del proceso militar, como ya lo había hecho en su adaptación de El fantasma de Canteville, de Oscar Wilde. Otro pionero de nuestro rock, Luis Alberto Spinetta, bautizó su álbum Artaud con el nombre del escritor de Van Gogh: el suicidado por la sociedad, y en varias de sus canciones posteriores hay influencias de Carlos Castañeda y Las enseñanzas de Don Juan.
Otra alusión a Lewis Carroll podemos encontrarla –una vez más- en el personaje de la morsa que los Beatles pintan en “I am the walrus”. Por otra parte, el estribillo de ese tema, “…goo goo goo joob…” surge del personaje de Humpty Dumpty en el libro Finnegans Wake, de James Joyce, que está lleno de juegos de palabras y acertijos, que fascinaban a John Lennon. Otro que homenajeó al autor del Ulysses fue Syd Barrett, quien musicalizó el poema “Golden hair”, del libro Chamber music, en su álbum The Madcap Laughs.
Siguiendo con la literatura infantil, Pink Floyd tomó el título de su primer álbum, The Piper at the Gates of Dawn, del libro The wind in the willows, de Kenneth Grahame, mientras que Iron Man, de Pete Townshend, está basado en un cuento del poeta inglés Ted Hughes.
Las obras de misterio y horror han inspirado a varios rockeros. El Allan Parsons Project debutó en el disco con un homenaje a Edgar Allan Poe y sus Tales of mystery and imagination, mientras que el fundador de Van der Graaf Generator, Peter Hammill, grabó no una, sino dos veces, una obra conceptual dedicada al cuento “La caída de la casa Usher”. Y hablando de Allan Parsons, su I Robot está inspirado por el libro homónimo de ciencia-ficción de Isaac Asimov.
Cuando Rick Wakeman soltó las amarras de Yes a mediados de los ’70, uno de sus álbumes solistas estuvo basado en Viaje al centro de la tierra, de Julio Verne, y poco tiempo después, el rubio tecladista, con la ayuda de Andrew Lloyd Weber, llevó al disco una adaptación de 1984, de George Orwell, que –dicho sea de paso- parece haber ejercido una enorme influencia dentro del rock, ya que también hay álbumes del exGenesis Anthony Phillips y del exSoft Machine Hugh Hopper basados en el mismo texto. Y ya que hablamos de escritores futuristas con un dejo apocalíptico, tanto “Atrocity exhibition”, de Joy Division, como “Motorcade”, de Magazine, tienen como origen sendos escritos del autor de El imperio del sol, J. G. Ballard, mientras que el existencialismo nihilista de Albert Camus y su L’étranger se hicieron presentes en el hit de The Cure “Killing an Arab”.
Por su parte, el título del cuarto álbum de The Police, Ghost in the machine, proviene de un libro de Arthur Koestler que habla del impacto espiritual del progreso tecnológico, mientras que la degradación del discurso público y los medios de comunicación era el tema central de Amusing ourselves to death del profesor y analista social Neil Postman, de quien Roger Waters tomó el título de su tercer álbum solista, Amused to Death.
Conclusión: para el rock, los libros no muerden.
1 comentario:
Alfredo, excelente nota, la habia leido fragmentada en La Mano. Bien por el recuerdo de Joy Division y su influencia ballardiana, también muy influenciados por Tzetnik y su House of Dolls. Casualmente hay un DJ de apellido Curtis que, entre varios alias, utiliza House of Dolls. Curioso...
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